por álvaro l. urrutia
No es la poesía un arte atada al éxito o fracaso que tenga entre sus contemporáneos. La reflexión y la mirada que el hombre tiene sobre su realidad, el modo en que la refleja, jamás sigue un movimiento lineal y homogéneo, sino cíclico y heterogéneo, motivado por cuestiones no siempre predecibles. Así es que existen grandes silencios como también grandes ruidos en la escena poética. Cada tiempo, necesitado de validaciones vagas o apenas aparentes, elige sus voces tanto como sus silencios. La buena poesía está obligada a trascender estas arbitrariedades. Debe atravesar la escena, dejar huellas, surcos, cicatrices… contaminarla.
La basta obra poética de Osvaldo Costiglia (nacido en 1940) viene desarrollándose con paciente continuidad desde los comienzos de los agitados setenta en la ciudad de Bahía Blanca, donde los sectores reaccionarios ganaron tanto la guerra (con las dictaduras militares) como la paz (de la mano de La Nueva Provincia), con un intervalo de diez años en Madrid (desde 1985 a 1995).
En los primeros años su poesía fue casi un secreto, casi invisible ante la emergencia de la militancia política; ahora llega a nosotros de manos del mismo Osvaldo, entre reflexiones de intelectual infatigable sobre la realidad.
Su obra, aunque relegada a un lugar casi marginal, lejos está de quedar enredada en un ensimismamiento poético corrosivo. Ella no es un bostezo entre los constantes trabajos del ingeniero químico, del intelectual, del militante, del traductor… Costiglia, en su poesía, vuelve y revuelve su propia experiencia pasada y presente; entregándonos, con tono que jamás llega a melancólico, su mirada de la realidad con mil vetas por donde se abre camino la comprensión de un contexto nunca fácil. Se decide por la profundización con el riesgo ineludible de abismarse siempre en las entrañas del lenguaje. La experiencia y el compromiso con su tiempo lo obligan a esta llevar a cabo tamaña empresa.
La poesía de Osvaldo Costiglia (con apenas un solo libro editado – Umbral del Resplandor, 2001), siempre en diálogo con compañeros, artistas e intelectuales, desde los años de intensa militancia, pasando por el teatro El Aguante (a cargo de Coco Martínez) y la Biblioteca Carlos Astrada (de Guillermo David), espera paciente, asechando la escena poética, los futuros lectores.
Tiempos secretos.
Selección por álvaro urrutia
PATRIA BARROSA
Balneario Maldonado, 1945
Aquí estoy
tan cerca, tan lejos
cangrejales del Maldonado
infancia desasida en la pulga gris del tiempo
saturadas de sal
las piernitas hundiéndose
en aquella módica ciénaga
bajo cielos que me trae
mi padre cada verano obstinadamente
de la suya
sin fondo
de la que no vendrá.
MAS ALLA
El mundo parece desierto
como un estadio a oscuras
y el insomnio que te lleva a la ventana
retiene tu mirada
en los árboles que se mueven más allá
un amor singular acampa en algún lugar de la ciudad
justo cuando has perdido
el gusto por los paseos nocturnos.
PROFECIA
Dioses ofendidos
por la marea de detritus de las ciudades
entrarán en ellas
como peces por el flanco del mar
vagarán por las calles
serán borrachos, drogados
o mendigos meditabundos
cubiertos de escamas o de hojas muertas
defenderán sin embargo su desnudez
y hablarán en lenguas.
TORMENTA INTERIOR
Una persuasiva prosodia
evita los sismos del corazón
instala la sed en los lechos
donde reposan cuerpos de bruma
pero contamina el ritmo de las imágenes
una cadencia que te aleja
de la fascinación
con que te atribuyes la lengua
que te corresponde
o a caído en tu boca
que bebió maternidad y calor suave
buscas allí otras palabras
prestadas o creadas por la saciedad
hay un verde racimo que sale de los diccionarios
y se dispone siempre a madurar
pero extravía los zumos que inquietan la dureza
de la piel
preguntás qué forma qué dibujo
te lleva a la intemperie
a la verdad perdida
a la fuente de esas figuraciones
ay de estas idas y venidas
que tejen bajo la tormenta
la red para capturar los peces alucinados
que atestigüen la presencia carnal de una ausencia
la pleamar que vuelve a entrar en ti
e intenta tocar los límites, tus límites.
LA ÚLTIMA PALABRA
Infiel a las gracias de la oreja
escuchas como quien oye llover
las predicaciones matinales
el degradado drenaje de las humillaciones
y te pones a sentir como se despliega
la parábola del viento
desarmando las aliteraciones
apartando toda posible ventura
o desventura
te quedas con la última palabra.
EL RETIRADO
Este hombre que no coincide con su época
lo que no sería demasiado raro
sino que además no coincide con sí mismo
lo cual podría ser excesivo o trivial
según se mire
asiste con aire de sorpresa y resignación a la vez
si tal situación fuera posible
al desfalco de su tesoro
por amigos o parientes
a los magisterios de una crítica
enormemente sabia que lo desautoriza
o peor que lo trata con sibilina condescendencia
asiste a la poesía joven o no tanto
que se mueve por allí
con tal seguridad de su objeto
que acredita el exilio que dibuja
su paso solitario en la penumbra de sus sueños
lástima que todo sea un problema de tiempo
y en una veintena de años
estará no resuelto pero más claro
¿o sí?
LOS HUESOS HECHOS POLVO
Impalpable molienda de huesos y de tiempo
molienda fina es esa división
que pretende una estiba
y se desmorona en siglos
en décadas en la memoria
no tocada por las manos sus telas
pero en los huesos
de tanto probar el dibujo fracasa
confundiendo al final
cuerpo y cicatriz.
NO CERRAR LOS OJOS
Qué hay que entender
qué hay que explicar
si lo que se exhibe
en las ferias melancólicas de la mente
salda las cuentas
con el brillo joven de las estrellas
cerrando los ojos
como un médico al costado del lecho
de un enfermo que retrocede
hacia el desplome de la especie
dices ahora que no sabes
si sos padre o hijo
de una lucha perdida
pero escribís algo que sostenga el derrumbe
adscribiendo a una alquimia devaluada
todo para que no se diga
que nada has aprendido
pero la verdad es que como dicen
los que te conocen mal
tenés demasiados escrúpulos con la realidad.
HABER PAGADO
Pagué para llegar aquí
entero me parece
pero lobo debería
ser para estar â la page
con los que atraviesan en silencio
los campos nocturnos del corazón
qué hábitos tomar
sobre la base de qué ideología inconmovible
dar razón esa actitud
a los que se tienden
a dormir entre tus andrajos
sintiendo crepitar las hojitas del invierno
niño desde el instante en que tomaste
a ese falso dios por el auténtico
colándose por la hendija de la puerta
porque ha visto una luz
y ha creído escuchar frases de amor
adónde frases de amor
si son como las mariposas
que vienen con la flor y se van con ella
y como ninguno cuenta el cuento
él tampoco lo hará
y si lo hace será falso
te explicaré eso en alguna otra ocasión
no ahora
que parece dulce morir y no lo es.
BUSCAR LA LENGUA
¿Quién te dió la lengua muda
de los tiempos de penuria
para hablar hoy que son los mismos
pero no lo parecen?
sales a mirar la luna
bajando donde hablan otras lenguas
sentado contra la pared
sintiendo deshacerse
la trama que armaban las voces
de exiliados coléricos
al costado del Rastro
¿qué sacas de aquí y pones allá?
promesa de los años
escribiendo en un campo de sal
engañado una vez más por la última promesa
dirás por fin que en mano cerrada
no entran armas ni sale un dedo libre.
CUANDO VIENE EL LOCO
El toca su demencia
cuando a su lengua viene
el quejido de una bestia
bajo los astros impasibles
la vida que se perfuma en sus sueños
agota sus recursos
buscando aguas donde pueda navegar
en pos de la dicha intangible
pero a él que se amarra en esos versos
a la única fortuna de que dispone
ya el cuerpo se le viene ajeno
y en su lengua se articula el discurso del ausente.
A SABER
Puesto allí no allá entre rejas
el fichado antes de nacer
decir el límite para resquebrajarlo
el mundo que era de los progenitores
donde está
qué sol vuelve a esa casa
vagando por las habitaciones
qué voces que vienen de la cocina
de sábados interminables
y llega hasta aquí no más allá
así no asá la niña en la ventana
llorando por la lluvia
tiempo de las cosas
y la muerte la invitada por compromiso
a escuchar viejas canciones
allí no en otro allí
obligada a callarse la boca
a dejarse de joder
su gesto de ya no ver
desde la puerta
se sabe hoy acá no allá.
VIVIR EN EL ERROR
Vuelves a pisar los alacranes
cuando entras con escaleras en casa de parientes
pero dejas huellas para que te encuentren
mirando desde donde estás
al que camina por las estrellas
qué fácil la seguridad
qué difícil la aventura
tratando de beber en vasijas vacías
mientras saludas con deferencia al enemigo
tus trabajos se tejen con helechos
a la pared solitaria
por allí pasan los empleados
de la historia
los que tienen sus propias palabras
malversadas en otras mesas
donde nadie bebe.
VIDA Y LITERATURA
Los terrores eran nada
para la altura de tu corazón
ojos en las aguas de un espejo
que viajaba por los costados del mundo
otras palabras otras maneras
sacabas de la calle donde estabas
ya cambiado y listo para partir
por decir algo
listo para morir estabas
cuando el desconocido que te saludó
como si fuera Dios
borró tu hogar en este continente
ahora qué deberíamos inferir de todo eso
cuando los reyes de la noche
acampando en tu cuarto
dejan reposar sobre tus formas más antiguas
una vida perdida que ya no volverá
vuelta toda literatura.
POETA CLASICO
Tu sabías donde ir, corrías el canon, lo utilizabas
lo socababas, destacando la paloma que voló
de los viejos solares poéticos
pero a veces volvías al oro viejo
con amalgamas de nieve y lluvia
y los textos griegos o latinos
eran acuíferos subterráneos
para saciar una sed más antigua todavía
abrazada a una frase que cantaba
entrabas en la ciudad oscura
pisando las huellas de otros días
siempre más cerca de la tristeza
tu vasija oscilaba en la mesa
pero nunca terminaba de volcar su vino
reservando ese último trago
para beberlo a la luz de la última estrella.
BAILAN EN EL “LIGURIA”
Hoy que las risas al viento
en la terraza nocturna
han huído a un lugar ilusorio
y las miradas en la sombra pánica
se borran en la deriva de la memoria
subsiste en delicado acorde
tocado por alas de gaviotas
enlazado al ancla del jardín
tú y yo buscamos figuras
en ese vacío
perfumado de tiempo
hay olas en nuestras cabezas
pero ya ni siquiera humedecen la piel.
HUELGA DE EXPLICACIONES
Prepara un fondo de huelga
para cuando ya no haya más remedio
que parar y empujar el invierno
hacia el costado de sol del mediodía
que te plantee otra vez las apuestas del delirio
en el poema nublado
y abordes la página
con aguas dispersas y vientos racheados
estarás en esos jardines de hojas carcomidas
asumiendo el perfil del que cree
que todo es tal cual lo dice
convertido en ese personaje
que asume su papel de la peor manera.
CUANTAS PALABRAS
Hay palabras que digo en que no creo
y hay otras en que creo que no digo
vertebradas por las dichas a la oscuridad
buscando el día
cuantas se apagarán cuando no venga el sueño
cuantas cuando no lo haga el fuego a la mano
cuantas cuando el día feliz huya de la casa
cuantas cuando salga a tomar otras opciones
aniquilando las luces, no los ojos
cuantas que extraviadas entre los escombros del mundo
encontraré apareciendo como rostros en las calles
cuantas vendrán al corazón que ama
oscilando ante mí su comba de amplias velas
postura e impostura del lenguaje
impostura y postura de la vida
buscándose como dos personajes solitarios
jugando a la gallina ciega.
LO QUE NO ADVIRTES
No se puede ser dos al alcance del amor
a menos que se esté jugando
a compactar las evidencias en contrario
en una breve encomienda
con cargo al tiempo
la sangre que de verdad cuenta
no es la que circula de la cintura para abajo
que también cuenta
sino la que lo hace por la soledad
cuando es su hora
como un río que no advirtiera
la curvatura del cielo
es frágil es sutil es casi anda
pero para que eso se advierta
pasará una eternidad
que es un instante
nada de esto encontrarás
explorando tu cabeza
y mirando el día
con los ojos pulidos por la escarcha.
(publicado, en el suplemento cultural Confines de la revista El extremo sur de la patagonia. La seleccion del poemario, aun inedito, Tiempos Secretos 2007-2008)
viernes, 27 de noviembre de 2009
sábado, 11 de julio de 2009
MATANZAS FUNDACIONALES
Atendiendo igualmente a hallarse renovados
todos los delitos anteriores al indulto
debemos condenar y condenados al referido reo
Diego Cristóbal Tupac Amaru,
en pena de muerte, y la justicia
que se manda hacer es que sea sacado
de la cárcel donde se halla preso, arrastrado
de la cola de una bestia de albarda,
llevando soga de esparto al pescuezo,
atados pies y manos,
con voz de pregonero
que manifieste su delito;
siendo conducido en esta forma
por las calles públicas
acostumbradas al lugar del suplicio
en el que junto a la horca,
estará dispuesta una hoguera
con sus grandes tenazas,
para que allí,
a la vista del público,
sea atenaceado
y después colgado por el pescuezo,
y ahorcado hasta que muera
naturalmente,
sin que de allí le quite
persona alguna
sin nuestra licencia,
llevada la cabeza al pueblo
de Tungasuca,
un brazo a Lauramarca
el otro al pueblo de Carabaya,
una pierna a Paucatambo,
otra a Calca,
y el resto del cuerpo
puesto en una picota
en el camino
de la Caja de Agua de esta ciudad,
quedando confiscados sus bienes
para la Cámara de S.M.
y sus casas serán arrasadas
y saladas, practicándose esta diligencia
por el corregidor de la provincia de Tinta.
Esto en sustancia y más dijeron
Gabriel de Avilés
y Benito de la Mata Linares.
Según Yo, D. Francisco Calonge,
Escribano habilitado
para la formación de las causas
que se están siguiendo…….etc.
Siguiendo con el etcétera
que seguía de otros etcéteras
por la mitad de los etcéteras
nada fue suyo
dijo el huiliche
nos robaron
porque tenían armas lustrosas
pero sobre todo
porque eran más salvajes
que nosotros.
Pero estimado amigo Juan
Calfucurá
visto el interés por mi salud
deseo que los suyos
estén tan buenos y fuertes como yo,
sé de sus buenos consejos
pero lamento que algunos de los suyos
no los sigan
como en Bragado y Rojas,
yo que los miro como hijos
y los atiendo en todo,
por eso a usted
como a los demás capitanejos
les señalaré un sueldo
para evitar necesidades,
pero no transigiré con ladrones.
Bueno, páselo bien
con el deseo de su buen amigo
Bartolomé Mitre.
Bueno, Bartolo dejó un día
de tocar la flauta
y vino el arreador
y sus partes de vanguardia:
“lindos galopes”
“días agradables”
“fajas de esmeralda en medio de un valle inmenso”
“indios sin caballo”
“chinerío sumiso y degradado”
“toldos incendiados”
“cadáveres desparramados”,
ritmos de Offenbach
y Curuzú, dijo David.
Los Piedra
y el Roca implacable
y si la letra con sangre entra
la sangre con letra sale mejor
por eso se reserva
“a enemigos prioritarios y generalizados”
letra que entró de lecturas
“Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”
del viejo Gobineau.
Es que Excelentísimo Señor
habemos tribus
cuyos caciques reclamamos
la valuación de los campos
que se nos tomaron
entre Puán, Guaminí, Carhué y Chipilafquen
por la cantidad de doscientos millones
de pesos moneda nacional.
Esto firmamos Manuel Namuncurá,
Bernardo Namuncurá, Alvarito Reumay
Y el secretario Freire, Manuel también.
Bueno, veinte mil leguas
de viaje submarino no, pero
de tierra,
en una de las rejiones más fértiles
y encantadoras del planeta,
saludo a V.E. atentamente,
Estanislao S. Zeballos.
Con gauchos hicieron esto
pero gauchos con remington
y ciencia dura
instrumento difícil si los hubo
templado en frío o en caliente,
en cuchillas entrerrianas
y artiguistas, en llanos de La Rioja,
en esteros del Paraguay,
mucha sangre allí, mucha cadena,
luego se pudo con él encarar
la voz de mando ¡al galope!
¡Atención a la voz de los oficiales!
¡que nadie se separe!
Mucha voz, demasiada, el combate
apenas duró unos minutos,
y sin embargo dura todavía.
Unos lo quieren saber
pero otros no, todavía esclavos
del no saber
del no saber de los indios su destino
del no saber de los negros
sus cráneos en el fondo del mar caribe.
Guerra en las cabezas habemos
moros, armenios, judíos, indios, negros, gitanos.
Campos de exterminio, treinta ml aquí
luego de tantas otras.
Allá vaya a saber.
Toman los pueblos posición
en el callar cuando beben
negra lecha del alba,
pero guardan la palabra
para un día cuando tomen
posición en el hablar
a plena luz y así y así
mujeres y hombres puros, mejor, impuros,
hombres y mujeres, siempre
suyo yo, aquí en el rincón de este circus!
OSVALDO MARIO COSTIGLIA
B.B., 23/11/2001 – 20/03/2003
todos los delitos anteriores al indulto
debemos condenar y condenados al referido reo
Diego Cristóbal Tupac Amaru,
en pena de muerte, y la justicia
que se manda hacer es que sea sacado
de la cárcel donde se halla preso, arrastrado
de la cola de una bestia de albarda,
llevando soga de esparto al pescuezo,
atados pies y manos,
con voz de pregonero
que manifieste su delito;
siendo conducido en esta forma
por las calles públicas
acostumbradas al lugar del suplicio
en el que junto a la horca,
estará dispuesta una hoguera
con sus grandes tenazas,
para que allí,
a la vista del público,
sea atenaceado
y después colgado por el pescuezo,
y ahorcado hasta que muera
naturalmente,
sin que de allí le quite
persona alguna
sin nuestra licencia,
llevada la cabeza al pueblo
de Tungasuca,
un brazo a Lauramarca
el otro al pueblo de Carabaya,
una pierna a Paucatambo,
otra a Calca,
y el resto del cuerpo
puesto en una picota
en el camino
de la Caja de Agua de esta ciudad,
quedando confiscados sus bienes
para la Cámara de S.M.
y sus casas serán arrasadas
y saladas, practicándose esta diligencia
por el corregidor de la provincia de Tinta.
Esto en sustancia y más dijeron
Gabriel de Avilés
y Benito de la Mata Linares.
Según Yo, D. Francisco Calonge,
Escribano habilitado
para la formación de las causas
que se están siguiendo…….etc.
Siguiendo con el etcétera
que seguía de otros etcéteras
por la mitad de los etcéteras
nada fue suyo
dijo el huiliche
nos robaron
porque tenían armas lustrosas
pero sobre todo
porque eran más salvajes
que nosotros.
Pero estimado amigo Juan
Calfucurá
visto el interés por mi salud
deseo que los suyos
estén tan buenos y fuertes como yo,
sé de sus buenos consejos
pero lamento que algunos de los suyos
no los sigan
como en Bragado y Rojas,
yo que los miro como hijos
y los atiendo en todo,
por eso a usted
como a los demás capitanejos
les señalaré un sueldo
para evitar necesidades,
pero no transigiré con ladrones.
Bueno, páselo bien
con el deseo de su buen amigo
Bartolomé Mitre.
Bueno, Bartolo dejó un día
de tocar la flauta
y vino el arreador
y sus partes de vanguardia:
“lindos galopes”
“días agradables”
“fajas de esmeralda en medio de un valle inmenso”
“indios sin caballo”
“chinerío sumiso y degradado”
“toldos incendiados”
“cadáveres desparramados”,
ritmos de Offenbach
y Curuzú, dijo David.
Los Piedra
y el Roca implacable
y si la letra con sangre entra
la sangre con letra sale mejor
por eso se reserva
“a enemigos prioritarios y generalizados”
letra que entró de lecturas
“Ensayo sobre la desigualdad de las razas humanas”
del viejo Gobineau.
Es que Excelentísimo Señor
habemos tribus
cuyos caciques reclamamos
la valuación de los campos
que se nos tomaron
entre Puán, Guaminí, Carhué y Chipilafquen
por la cantidad de doscientos millones
de pesos moneda nacional.
Esto firmamos Manuel Namuncurá,
Bernardo Namuncurá, Alvarito Reumay
Y el secretario Freire, Manuel también.
Bueno, veinte mil leguas
de viaje submarino no, pero
de tierra,
en una de las rejiones más fértiles
y encantadoras del planeta,
saludo a V.E. atentamente,
Estanislao S. Zeballos.
Con gauchos hicieron esto
pero gauchos con remington
y ciencia dura
instrumento difícil si los hubo
templado en frío o en caliente,
en cuchillas entrerrianas
y artiguistas, en llanos de La Rioja,
en esteros del Paraguay,
mucha sangre allí, mucha cadena,
luego se pudo con él encarar
la voz de mando ¡al galope!
¡Atención a la voz de los oficiales!
¡que nadie se separe!
Mucha voz, demasiada, el combate
apenas duró unos minutos,
y sin embargo dura todavía.
Unos lo quieren saber
pero otros no, todavía esclavos
del no saber
del no saber de los indios su destino
del no saber de los negros
sus cráneos en el fondo del mar caribe.
Guerra en las cabezas habemos
moros, armenios, judíos, indios, negros, gitanos.
Campos de exterminio, treinta ml aquí
luego de tantas otras.
Allá vaya a saber.
Toman los pueblos posición
en el callar cuando beben
negra lecha del alba,
pero guardan la palabra
para un día cuando tomen
posición en el hablar
a plena luz y así y así
mujeres y hombres puros, mejor, impuros,
hombres y mujeres, siempre
suyo yo, aquí en el rincón de este circus!
OSVALDO MARIO COSTIGLIA
B.B., 23/11/2001 – 20/03/2003
miércoles, 13 de mayo de 2009
Poesía y experiencia
Entrevista a Osvaldo Costiglia (01-09-06)
Realizada por Maximiliano Crespi y Fabián Wirscke en la Biblioteca y Centro de Documentación Carlos Astrada.
A mí me gusta mucho este poema de José Leonidas Escudero, dice Osvaldo y lee, sin mirar la página, “El boliche”: “Esperando a su huérfano en la ruta sombría / alguna de vacía silla de totora está // mugre de viejos días ensucia las paredes / las moscas se pegan en los vasos // sale de afuera diez pasos el vino y refermenta / junto a la acequia orina y yerbamota // un uhh de paloma callejonera / impulsa la brisa en los poemas últimos del verano // cuatro flacos alados a la vara dormitan y cabizbajos sueñan que los pialan con pasto // por cuestiones de alcohol llega a veces la muerte / ese bicho que pica sin remedio en botica // veces sale un borracho y explica / lo inexplicable con un grito en la noche”.
Osvaldo Costiglia: “Veces sale un borracho”, esa cosa que sabe como a español.
Maximiliano Crespi: y trastorno de la sintaxis, pero que también está en la lengua...
O. C.: De la calle también. Vos fijate que este hombre es un viejito, Leonidas Escudero. Fue catitero.
Fabián Wirscke: ¿Catitero?
O. C.: Sí, sí. Iba por San Juan, por las montañas, con el pico de geólogo, buscando oro. Durante años tuvo la ilusión de encontrar tesoros. Eso lo cuenta él en un poema que se llama “Catitero, señor”. Y dice que su oficio, el oficio de ese poeta que busca oro en la montaña, es “un oficio de suerte milagrera”. Y dice “este oficio, señor, de catitero / por aspirar palabra luminosa / por querer recogerla desde abajo / y presentarla arriba de otro modo / digamé cuando recibo el eco / digamé cuando aprenderán mis pájaros / o es que ya falta poco y viene el día / en que se libren de la vieja jaula / soy catitero por la calle larga / voy traqueteando la prisión del canto”.
M. C.: ¿Vos vas juntando ese material?
O. C.: Sí; en carpetas como ésta (señala un bibliorato repleto). Son autores que me gustan. Tengo un guitarrero mapuche que era bahiense. A ese me parece que lo leo yo nomás. Se llama Butatrán... Después tengo también, por ejemplo de Giannuzzi que me gusta mucho.
F. W.: Los copias, quiero decir, los vas juntando y transcribiendo vos de diferentes...
O. C.: Sí; hace años. Vos sabés que yo tenía... como no había salido nada de Giannuzzi yo me los fui recopilando de antologías, de revistas y otros lugares fui armando y me quedó de cada libro de él, algunos más y otros menos, pero era una compilación importante, llegué a tener un toco de poemas de Giannuzzi. Era como los pibes que están contentos porque tienen todas las figuritas en el álbum. Me acuerdo que yo me decía: debo ser el tipo en la Argentina que tiene más poemas de Giannuzzi recopilados (esto antes de que Giannuzzi llegara a ser la celebridad que es hoy). Pero después salió la Completa de Emecé y me mató y tenía todos los que yo tenía y los que me faltaban. Y encima no lo pude comprar porque al principio estaba carísimo pero después lo encontré en una mesa de saldo y ahí sí me lo llevé. A mí me gusta mucho Giannuzzi. Me gusta mucho lo que hace Giannuzzi en algunos poemas como, por ejemplo, ese que se llama “Juan Bautista Alberdi en Marsella”. Ahí hay algo que hoy no se hace. Es un poema que recupera lo histórico en una clave irónica pero con una voluntad ética muy fuerte. Giannuzzi escribe poemas de voluntad ética. Algo que no se ve hoy en día, ¿no?
M.C.: No, claro, hoy no. Pero yo quería que hablaras primero un poco del comienzo y después me gustaría volver sobre la actualidad de la poesía y la poesía de la actualidad, ¿te parece que hagamos así?
O. C.: Sí, sí. Como ustedes quieran.
M. C.: Entonces, para empezar, el comienzo. ¿Te acordás de la época que elegiste, quiero decir, que te elegiste como escritor, y qué fue lo que te parece que influyó en esa decisión?
O. C.: Vos sabés que en realidad yo empecé a escribir antes de querer ser escritor. Era como un impulso. Necesitaba expresar algo y recurría, bueno, a las herramientas de mis lecturas de ese entonces. Era una lectura de los poetas medio románticos y algunos modernistas. Me acuerdo que yo empecé a leer poesía en unos cuadernillos que se llamaban “Cuadernillos de Poesía”. Estaban editados acá en la argentina y los dirigía un tal Simón Latino, que vaya a saber uno quién fue. Por ejemplo, yo me acuerdo que tenía (y los tengo todavía por ahí) García Lorca, Vallejo, Nicolás Guillén, Ismael Arciniégas, la poesía ecuatoriana contemporánea de aquella época. De mediados de la década del ’50. También Porfirio Vargas Jacob, que ahora ha salido en el Diario de Poesía, un poema de él me gustaba mucho: “La Cuarimantima”. Había cosas de Pablo Neruda, de León de Greiff. Todo muy latinoamericano: Eduardo Carranza, el venezolano Andrés Eloy Blanco, me acuerdo un poema muy especial de él que se llamaba “El mariscal”.
M. C.: Y, ¿cómo conseguías esos cuadernos acá?
O. C.: Me acuerdo que me los vendía un viejo que tenía una librería que se llamaba “La Casa de las Revistas”. Yo a ese hombre de chiquito ya le compraba libros y revistas. Vendía material usado y nuevo. El negocio estaba al lado de las galerías Plaza donde ahora hay otra galería. Durante toda mi niñez y mi juventud yo le compré los libros a él o le canjeé libros a él. Se llamaba Bienvenido Gómez. Yo le decía de “don”: Don Bienvenido Gómez.
F. W.: Pero por decisión propia. Quiero decir ibas solo a comprar los libros o te llevaban.
O. C.: Generalmente iba solo. Vos fijate que yo empecé a escribir en el secundario pero no se lo mostraba a nadie. Imaginate. Ni siquiera a los profesores de lengua y literatura. Yo tuve un profesor, que para mí entonces me parecía bueno, Coco Estilissi. Lo tuve en “Literatura española” en dos años.
M. C.: Y ¿te acordás cuándo fue la primera vez que mostraste lo que escribías?
O. C.: Eso fue mucho tiempo después. Mucho más adelante. Ya terminado el secundario.
M. C.: Y durante todo ese tiempo seguiste formándote, digamos…
O. C.: Tengo muchos poemas de esa época. Los guardo todos en carpeta.
M. C.: En qué escribías… te habías conseguido una máquina?
O. C.: Tenía la máquina porque nosotros, con mis hermanos, hacíamos apuntes, con la esténcil y un mimeógrafo. Y habíamos adoptado una técnica para que los apuntes salieran perfectos. Y esa máquina de escribir era una Léxicon 80 que era muy buena por aquel entonces y yo con esa máquina escribía. Muchos de mis primeros poemas fueron pasados en limpio o directamente escritos en esa máquina.
F. W.: Y la temática de esos primeros poemas ¿cuál era?
O. C.: La temática era muy… como muy pretenciosa. Cuando empecé a leer a Kafka lo empecé a leer por los Diarios. Me llamaba la atención la concentración de pensamiento sobre su propio vivir, la capacidad de verse a sí mismo viviendo. Entonces escribí un poema que era casi como una teoría de lo que yo interpretaba en Kafka por entonces. Si lo leés ahora, te morís. Pero, bueno, ése era el universo que después se fue ampliando. Pensá que en esa colección de los “Cuadernillos de Poesía” está Vallejo, está Lugones…
M. C.: E históricamente…
O. C.: Ah, bueno, ahí hubo un parate que fueron los años en que yo tuve que decidir qué iba a estudiar. Eso fue una época como que se me borró.
F. W.: Claro, porque vos sos profesor de…
O. C.: Ingeniero Químico. Me decidí por eso porque ya hacia fines de lo que fue mi secundario sucedieron los episodios de la Laica y la Libre, donde gente de la universidad nos vino a plantear a nosotros el problema. Bueno, después ocupamos la Escuela… Mi hermano en la Escuela Industrial hizo otro tanto… Fueron días en que El colegio Nacional estaba ocupado y habían puesto a toda vela la Aida de Verdi, que sonaba desde el Colegio Nacional hacia la calle. Era la época de Frondisi y ahí es como que, de pronto, desperté a la realidad. Tendría que haber despertado antes, porque yo presencié muy de cerca lo del ’55. Yo trabajaba con un procurador de réditos. Trabajaba medio día. Iba a la mañana al colegio y después iba de dos a seis o siete a trabajar con el procurador. En ese ínterin fue el golpe del ‘55. Recuerdo que el día que salió toda la gente porque el golpe había triunfado, yo fui y él me dice: “No. No, no. Andate a tu casa porque hoy no se trabaja”. El era un gorila. Era un buen tipo, pero era gorila. Tenía esa idea y eso fue lo que me sacó del ensimismamiento poético. Me lanzó de pronto…
M. C.: Te sacó de la literatura en general…
O. C.: No; de la literatura no me sacó nunca. Yo a veces lo reconstruyo mentalmente: mi vieja me plantó en la Biblioteca Rivadavia cuando tenía cinco años y nunca dejé de leer. Nunca, nunca. Leí continuamente. Dejaba un libro y sacaba otro y otro, durante años y años y años sin parar. Lo que sí dejé un tiempo es de escribir poemas. Hubo como un hueco ahí.
M. C.: ¿Entre qué fechas fue eso?
O. C.: Y sería entre el ‘59 y el ’68, más o menos. Yo creo que además no encontraba el tono. No era lo que yo estaba viviendo. Poéticamente estaba como atrasado, como fijado en una época de la poesía rubendariana. Y, de pronto, me encontraba con la historia, y no lograba eso que hoy sí podría conjugar. Pero en aquel entonces no lo lograba.
F. W.: Y en esa época qué lecturas tenías…
O. C.: Leí mucha novela argentina. Leí David Viñas, Cayó sobre su rostro, Un dios cotidiano. Después leí un libro de cuentos de Enrique Wernicke. A Pedro Orgambide lo había leído también. De Borges había leído “El jardín de los senderos que se bifurcan” pero después entró todo el tema político y dejé de leerlo, pero más tarde leía a Borges pero no se lo comentaba a nadie. Porque ya sobre los ’70 yo andaba con gente muy cercana a la “izquierda nacional” y entonces ellos ya habían leído Muerte y resurrección de la literatura argentina del Jorge Abelardo Ramos, donde a Borges lo defenestra…
M. C.: Por la abuela inglesa…
O. C.: Claro. Lo mismo que hace Hernández Arregui en Imperialismo y cultura. Yo después leí la novelística italiana. Leí a Pavese, leí Vasco Pratolini. Y antes ya había leído los clásicos rusos Dostoyevski, Chejov, Tolstoi. A los rusos los leí bastante.
M. C.: Y teóricamente, teoría política, teoría o crítica literaria…
O. C.: Sí. En los ’60 había gente que estudiaba letras que era amiga mía y yo siempre les pispeaba lo que les recomendaban. Entonces iba y me los conseguía. Entre esos amigos estaban Hugo Perrone, que era muy amigo mío (fuimos socios del Cine Club), é tenía mucha formación teórica y entonces yo le pispeaba lo que le recomendaban y yo me acuerdo que él iba a clase con Héctor Ciocchini y en las clases de él estaban trabajando a Cernuda, La realidad y el deseo y los ensayos. Bueno, yo empecé a leer eso también. Me conseguí todos los ensayos de Cernuda. Ese es mi acercamiento al ensayo pero no de grandes teóricos sino de los propios escritores. Recién mucho después empecé a leer cosas de Steiner y otros.
A Gramsci, por ejemplo, lo leí hacia mediados de los ’70. Literatura y vida nacional, Los intelectuales y la organización de la cultura los leí recién en esa época. Y me impresionó mucho el libro sobre Benedetto Croce y el materialismo histórico. Porque ya me había conseguido las Obras Escogidas de Lenin… el marxismo clásico…
M. C.: ¿Y por esa época volvés al trabajo literario?
O. C.: Lo retomo pero ya sin esa ampulosidad de antes. Abandoné esa predilección por el otoño, por los largos sollozos… toda esa historia. Necesitaba otro alimento, algo que tuviera más implicancia. A lo mejor me equivocaba pero era lo que pensaba entonces.
M. C.: ¿Y la ingeniería química?
O. C.: Eso fue una decisión política. Porque a mí siempre me gustó la química, las combinaciones. Me gustaba. Yo mientras estudiaba, mientras hacía química cuantitativa y cualitativa, los tipos falseaban los análisis. Sabían lo que les iban a dar y mostraban una prueba como si realmente la hubieran obtenido. Y yo me esmeraba en obtenerla y no me salía porque filtraba mal, porque no lograba hacer la precipitación o porque calculaba mal. Pero me esforzaba porque me gustaba la química. Y yo en cierto modo interpreté mal esa afición por la química. La ingeniería química es otra cosa. Yo la elegí por una opción política. Yo me decía: un afán de liberación nacional tiene que estar fincado también en una autonomía de conocimiento y de producción soberana. En aquel entonces estaba sobre la mesa el tema de las patentes porque había que depender de las patentes extranjeras. Entonces si uno estudia y después pone todo eso… mirá vos qué ideas, ¿no? Como si fuera todo tan mágico… cuando en realidad después el sistema te mete en un callejón del que no podés salir.
F. W.: Y de alguna manera ¿pudiste usar el conocimiento de la química articularlo con el de la poesía?
O. C.: Para mí corrían por andariveles paralelos. Pero se infisionaban en el método. El método humanístico es el de copiar y destilar despacito, no tiene que ver con el método que exige el estudio de la ingeniería.
M. C.: Pero decías que es a principio de la década del ’70 que volvés de pleno a la escritura…
O. C.: Hubo una eclosión porque yo durante el ’70, ’72, ’73 salía con una piba que era monto. Y yo no era monto. Tiraba del lado de la izquierda pero no era montonero. Pero, bueno, después tuvimos algunas diferencias que no siempre son políticas. Que por ahí tenía una máscara política pero por ahí era un problema humano y anímico de no cuajar, del que, por supuesto, yo tampoco me eximo.
Bueno, esa experiencia a mí me marcó y ahí me salieron unos cuantos poemas. Pero yo ya venía trabajando por el tema de la muerte de mi viejo, que es también por esa época, en el ‘72. El tema de mi viejo aparece con bastante recurrencia en mi trabajo, sobre todo en el libro Los laberintos rotatorios. Por esa época yo ya empecé a escribir regularmente a la vez que hacía esas lecturas de todo lo que era el marxismo nacional y todo eso.
M. C.: Y ¿vos creés que eso influyó en tu proyecto poético?
O. C.: Yo creo que sí porque ya le prestaba más atención a las realidades exteriores. Está bien, trasvasada a través del lenguaje poético y la apreciación personal… pero siempre buscando un tono que nunca hallé, salvo hacia el final, hace unos años atrás, a través de la poesía de Giannuzzi, de Lamborghini, de, bueno, mis maestros.
F. W.: Y, mientras tanto, ¿trabajabas de lo que había estudiado?
O. C.: En realidad, mirá: cuando terminé de estudiar era la universidad de Remus Tetu, vos te imaginás. Ya lo habían liquidado a Watu…
Pero, bueno, cuando terminé me fui a trabajar a la industria.
M. C.: En esa época vos ya militabas en alguna agrupación…
O. C.: Sí; estaba en el FIP, que por esa época guardaba resabios de la vieja forma de la izquierda, en el sentido en que había un partido público y un partido secreto. Estaba el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que era el reaseguro del FIP. El FIP era el Frente y debajo estaba el Partido Socialista de Izquierda Nacional. Qué sé yo. Habrán creído que yo sabía mucho de marxismo nacional y me pasaron directo. No entré al FIP; pasé directamente al Partido. Se ve que habían visto la cantidad de libros que yo tenía… Tenía la biblioteca de todas las tendencias de la izquierda argentina juntas. Tenía todo lo del Colo, lo de Hernández Arregui, Cooke. Tenía las obras de Lenin, Mao, Trotsky… cualquier cantidad.
F. W.: Tenías…
O. C.: Tenía.
M. C.: Y habías leído ya todo eso.
O. C.: No. Imaginate. De Mao había leído la mitad nomás. Eran muchos volúmenes…
F. W.: Y ¿qué pasó con esa biblioteca?
O. C.: Desapareció. Durante la dictadura militar desapareció. Fue quemada. Se fue en el aire.
M. C.: Y los compañeros de esa época…
O. C.: Me acuerdo de un muchacho que sabía mucho y era muy… un tipo muy piola. Se llamaba Pedro Barbería. No sé si la familia vivirá todavía acá en Bahía, pero ese muchacho era un estudioso del marxismo y tenía una biblioteca muy centrada en ese tema. Y había también un personaje del cual tengo un libro de poemas. Se llamaba Raúl Argüelles. Era un hombre ya muy viejo, que estaba muy enfermo del corazón y que había sido anticuario. E incluso había sido guionista de cine en la primera época del cine nacional. Creo que murió acá en Bahía Blanca pero yo todavía tengo el libro ese en casa y no está del todo mal y que se llama Poemas a la izquierda de Dios. Tiene un poema a Jauretche que es muy bueno. Bueno, era también una de nuestras lecturas. Yo había leído El medio pelo y Los Profetas del Odio también.
F. W.: Y ¿compañeros que escribieran poesía en esa época?
O. C.: Y, pensá que en aquella época estaba acá en Bahía Mario Iaquinandi, y él escribía pero también medio aislado, pero, bueno, después se fue a Buenos Aires. Hugo no escribía. Le gustaba el teatro pero todavía no había trabado mucha amistad con Chiche Pupko, al que le hacíamos apuntes de literatura cuando él vivía en la calle Drago, creo.
M. C.: Esto es más bien ‘74, ’75…
Sí, sí. Por esa época yo ya leía mucha poesía italiana. Leía a Cuasimodo, a Ungaretti, Montale. Que tuvieron también una influencia importante en mi poesía. Y narrativa ya en los 70 había empezado a leerlo a Borges, medio a contrapelo, ¿no? Lo leí todo. Yo primero me resistí por un problema de análisis político de su literatura pero era buenísimo. Hoy en día está claro que no sólo es buenísimo sino que revela cosas sobre el tema.
F. W.: El otro duelo, por ejemplo, en los 70.
O. C.: Claro, claro. Es impresionante, ¿no? Y después la poesía de Borges siempre me gustó. Hay gente a la que no le gusta pero a mí sí. Por ejemplo ese poema, creo que se llama Adrogué, y que dice “Duermen del otro lado de las puertas / aquellos que por obra de los sueños / son en la sombra visionaria dueños / del vasto ayer y de las cosas muertas” [recita de memoria]. O el Poema de los dones…
M. C.: Y eso acarrearía algunas discusiones, ¿no?
O. C.: Sí, claro, porque me dejaba medio como un heterodoxo. Cosa que, al final, en la balanza política, no pesaba tanto; pero puesto a charlar, así, bueno… a ellos les gustaban otros poemas. Que a mí también me gustaban. Y, bueno, yo les decía: “¿A ustedes les gusta Gelman? A mí también me gusta Gelman. Pero una cosa no invalida la otra”.
Lo que pasa es que también el momento, la historia era complicada. Nosotros vivimos lo del Cordobaza con mucha euforia. Decíamos, bueno, joder, el pueblo… todavía se pueden hacer cosas. Hacer retroceder a los milicos era algo que… algo impensado, una cosa magnífica. Y, después, sufrimos mucho lo de Ezeiza. Fue durísimo. Calamos una cosa dura que se venía… y nos dijimos esto otra cosa. Lo sentimos, me parece, cada uno dentro suyo, como una suerte de amenaza de lo que se nos vendría. Y a pesar de que algunos se tomaban demasiado al pie de la letra las palabras de Ramos, el Colorado era muy crítico con Montoneros, por ahí él en algunas cosas tenía razón. Recuerdo incluso que una vez dijo algo así como “Vaya a saberse si al cabo de un tiempo no descubrimos que esta gente tiene algo que ver con la SIDE”.
M. C.: Y esto, en cierto modo, los dispersó…
O. C.: Claro. Nosotros, por lo menos hasta la noche, la larga noche de la dictadura, hicimos lo que estuvo a nuestro alcance. Después… de esa larga noche, lo que recuerdo son sábados como éste, en alguna cocina de algún amigo, en un barrio, charlando… No podíamos hacer otra cosa que eso. Leer cosas, charlar… la mano estuvo muy pesada durante años. Además era como un gran vacío. De pronto, desaparecía una generación que te rodeaba.
M. C.: Y la escritura en esa época…
O. C.: Bueno, en esa época yo ya había empezado a armar lo que después sería Los laberintos rotatorios. Era un poemario que no tenía nombre, al que yo espigué y le saqué cosas que me resultaban redundantes. Lo tenía todo armadito en un libro y no sabía qué nombre ponerle. Se lo había leído a un par de amigos nada más.
F. W.: Amigos poetas, que tenían alguna relación con la escritura, o…
O. C.: Sí, sí. Era gente que estudiaba Letras… un amigo, Jorge Fabrisi… En España ya…
M. C.: ¿En qué época te vas a España vos?
O. C.: Uh, eso fue ya por el ’85. Mucho más adelante. Pero durante esa larga noche, la dictadura, nos juntábamos fundamentalmente la gente que me acompañaba en la experiencia del FIP. Después nos fuimos separando por distintas circunstancias de la vida, que nos llevó a una deriva distinta, pero durante esa primera época estuvimos juntos. Me acuerdo que estaba esta chica que era profesora de historia a la que yo aprecié mucho, Alicia Boff.
También me acuerdo que casi previo al golpe, ahí donde ahora está Humanidades, en un piso, se había formado la Escuela de Teatro Eva Perón. Y junto a un grupo de gente entre las que estaba con Hugo (Perrone) empezamos a estudiar teatro…, modos de expresión corporal, impostación de la voz, porque él en esa época ya estaba con el tema del teatro pobre de Brotovski. Me acuerdo que queríamos poner una obra de Fernando Arrabal, en la que parece un tipo que está en una silla de ruedas, que no se puede mover, y es una obra basada en los recuerdos de él, Andorra, sí creo que se llamaba así. Había, me acuerdo, creo que tres o cuatro chilenos exiliados de Pinochet. Pero después yodo eso se cortó; vino el golpe y se cortó.
F. W.: Y teatro ¿se veía acá?
Yo iba mucho al teatro de la Alianza, que me parecía lo más potable. Y bueno, el cine pasaba por el Cine Club, del que yo fui socio. Estaba en la calle Alsina el Rossini, que por entonces se llamaba Splendid. Bueno, ahí todos los domingos a las diez de la mañana había películas nuevas. Eran los 60 y yo, en esa época de no escribir, vi mucho cine. Me vi todo el naturalismo francés, el cine ruso, italiano… todo. Ahí vi René Clair, Jean Renoir, Las reglas del juego, Las grandes maniobras, Un sombrero de paja de Italia, Para nosotros la libertad, El muelle de las brumas, más vieja todavía. Y después Robert Bresson, todo ese cine vi. Vimos, me acuerdo, Un condenado a muerte se escapa, Pasaron las grullas. Había también una política de debate. Se editaban los guiones de, por ejemplo, yo tengo La tierra tiembla de Felini y tengo, por ejemplo, un trabajo de Homero Alsina Teller, un crítico uruguayo, sobre Bergman, en una época en que en Francia ni bola le daban a Bergman pero acá y en Uruguay sí. Yo me vi todo eso desde Puerto a Noches de circo, Detrás de un vidrio oscuro, Verano con Mónica, y otras más. Esa experiencia se repitió en el GUdeC, el Grupo Universitario de Cine. Eso sí ya fue en el Rossini. Bueno, todo Einsestein, qué sé yo, La conspiración de los goliardos, Iván el terrible. También Pudovski, La huelga. Bueno, cine italiano ni hablar, casi todo. El neorrealismo italiano todo.
F. W.: ¿Y la literatura extranjera en esa época?
O. C.: Yo me acuerdo de un profesor de higiene, que colaboraba me parece para una revista de Buenos Aires que se llamaba Indoamérica o algo así, Floreal Ferrara, me recomendó, para que lo lea en el verano, a Faulkner. Ahí leí Intruso en el polvo, después Mosquitos, y después todo, El sonido y la furia, Absalón, Absalón, Santuario, que sé yo… todo.
M. C.: ¿Y revistas culturales comprabas alguna en especial?
O. C.: Sí. Yo leí mucho, bah, tenía la colección, de El grillo de papel, que dirigía Abelardo Castillo. Ahí empecé a leer a Sartre, a partir sobre todo de la polémica que salió ahí publicada entre Sartre y Camus sobre el tema de Argelia. Pero acá a Bahía ya llegaba la revista Les Temps Modernes, la traía Pampa-mar. Leí eso con diccionario en mano y después me encaré con ese labarazo que es el Saint-Genet, me acuerdo que lo leímos junto con Perrone. Un laburo de locos. Compré El grillo y después algunos números de El escarabajo de oro pero ya no llegué a ver nunca la tercera revista, El ornitorrinco. Se fue corriendo Abelardo Castillo también.
M. C.: O sea que tenías una biblioteca importante… ¿qué pudiste salvar de eso?
O. C.: Y, parte de eso pude salvar. Lo que no era “político” lo salvé. Mi tío tenía una pieza abandonada en una casa y en esa pieza guardé todo ahí. Me acuerdo que mi vieja también me ayudó a sacarla y llevarla del local del FIP. Pero pude sacar algunos nomás. Los políticos eran muchos. No sabía qué hacer con todo eso. Era muchísimo, imaginate, todos los autores de la izquierda y de todos casi todo. Tenía Mao, Marx, Engels, Lenin, Trotski, Guevara, Rosa de Luxemburgo… todo. Mucho de Pasado y Presente también. Bueno, todo eso, y estaba todo el material sobre la Revolución rusa, las actas de los congresos, los documentos… todo. Me acuerdo que tenía la obra de G. D. H. Cole sobre la historia del socialismo eso lo perdí todo.
M. C.: ¿Eso lo dejaste ahí y ahí mismo lo quemaron?
O. C.: No. Lo quemé yo; lo tuve que quemar. Una cosa… no sabés lo que fue. El tema es que la cosa se puso pesada. Una noche, tac: el camión del ejército en la cuadra que estaba antes del local del FIP. Se bajaron y revisaron toda la manzana. Punto. Pasó una semana, tac: la manzana que seguía después de la del FIP y esa quedó sin revisar. Y yo me dije “Esta es la próxima. No puedo esperar más”. Quemé todo eso, pero ¿sabés cuál es la ironía? Que no hubo próxima. No revisaron nunca. Podría tener todo.
Vos no sabés lo que fue elegir qué salvaba y qué no. Trataba de acercarme a un criterio. Pero cuando se volvía tan absurdo, me volvía loco. Me ponían en la cabeza de un milico y si te ponés en la cabeza de un milico te volvés totalmente esquizofrénico. Y yo pensaba “Pero esto, ¿qué se puede… pensar de esto…?”. Porque eran capaces de quemar un libro sobre cubismo o uno que se llamara La cuba electrolítica (risas)…
F. W.: Un procedimiento de Campo de Concentración, ¿no?
O. C.: Tremendo. Vos lo contás ahora y la gente te dice no sé, “¿Puede ser que haya pasado esa barbaridad?”.
M. C.: Y la salida de esa “larga noche”…
F. W.: O sea que en la “Primavera alfonsinista” te vas a España, ¿no?
O. C.: Claro. Yo en el ’85 me voy a España. Me pasé diez años allá. Volví en el ’95.
Pero antes me acuerdo de haber leído Respiración artificial de Ricardo Piglia. Me acuerdo que lo leí y me dije “La… mierda esto…”. Y ya había leído cosas de Di Benedetto que también me habían gustado mucho. Había leído esa novela Zama y Los suicidas y El silenciero. Había conseguido algo de Daniel Moyano. Había leído un librito que en aquel entonces me gustó, no sé ahora si lo… se llamaba Eisejuaz de Sara Gallardo. Retomé a Viñas cuando lo empezó a sacar el Centro Editor. Y me acuerdo que había leído muchos autores cubanos Alejo Carpentier y la poesía de Nicolás Guillén. Leí a Sarduy y leí mucho ya a Reynaldo Arenas, Farabeuf.
Pero, bueno, yo también me refugié mucho en la fábrica, en la oleaginosa Moreno. Durante ocho años trabajé de ocho de la noche a cuatro de la mañana. Estaba muy metido en el mudo obrero. Me había recibido de ingeniero pero como había entrado antes de serlo era amigo de los que eran obreros. Laburaba en el laboratorio de control de calidad y hacía lo análisis nocturnos de toda la oleaginosa. Me acuerdo que tenía un sistema que había inventado, un sistema para empujar todos lo análisis juntos para llegar a las cuatro con todo hecho. Me acuerdo que incluso me quedaban 15 o 20 minutos para tomar unos mates con unos obreros chilenos que unos eran del MIR y otros socialistas que se habían venido escapados de Pinochet. A algunos los había conocido en los barrios porque a veces íbamos a los barrios a hacer trabajo político.
M. C.: en España cerrás el primer libro
O. C.: Sí. Me acuerdo que me lo imprimió un amigo, Daniel Vilches. Un tipo que era contador y él lo hizo de canuto en la empresa de la que lo estaban por rajar, una empresa que trabajaba para la Comunidad Económica Europea. Me imprimió quinientos ejemplares. Inventó una editorial a la que le puso Filibustería. Es lo primero que publico y se distribuyó casi todo allá en España. Me lo distribuyó Carlos Eldepoy, un abogado internacional muy famoso, era muy amigo mío porque juntos habíamos fundado allá la APDH en Madrid. Eso está en el libro de Anguita que se llama Juicio justo o algo así. Bueno, él lo repartió por allá, no sé si todo entre abogados pero lo repartió.
M. C.: Y, a la vuelta de España, ¿te reencontrás con algunos compañeros?
O. C.: Algunos. Muchos de ellos ya no tenían militancia política y otros tantos se habían derivado hacia otras posturas.
M. C.: Y empezaste a investigar la obra de Pavese por esa época también, ¿no?
O. C.: No eso venía de antes. Yo a Pavese lo leí mucho. Leí todo: narrativa, poemas, ensayos. Qué sé yo, todo lo que él escribió sobre literatura norteamericana, que fue una novedad. Y eso me ayudó mucho a mí. Porque me permitió ver hasta que punto uno está metido en una coyuntura histórica compleja, fuerte y también muy interesante. Lo vi en Pavese eso, ¿no? Ni que decir de la experiencia de vida de él.
Por otro lado, mirá esto es un poco contradictorio, también me había conseguido un libro que admiré mucho que es El alma romántica y los sueños de este crítico francés que ahora no me acuerdo, un clásico. Y por esa vuelta, la vuelta al país, también empecé a sentirme más seguro de lo que estaba escribiendo. Empecé a encontrar, no sé, un camino. Empecé a decir, “Bueno, acá estoy yo. Este soy yo”. Aunque siempre estoy medio indeciso en lo que estoy escribiendo. Incluso ahora que estoy leyendo a algunos poetas jóvenes que hacen una cosa que tiene un mordiente muy fuerte sobre la realidad y yo, no sé, me veo muy obsesionado por otra cosa, por algo que se concentra en la metáfora. Seguro que es ese juego metáfora-metonimia, que no logro conciliar.
M. C.: Sí sí. En ese sentido, yo no sé lo que pensás vos, digo lo que yo pienso. En ese sentido yo creo que tu poética es una suerte de rareza. Porque vos fijate que es una poética que está muy ligado a poetas hoy muy abandonados –denostados incluso a veces por las lecturas oficiales–y que sin embargo sobrevive, como un milagro, como un milagro secreto diría, en un océano de objetivistas.
O. C.: Sí, sí. Pero vos fijate que a mí esa soledad a veces me desasosiega. Porque encuentro con que… no sé. Vos fijate que a mí la obra de Giannuzzi me chocó mucho pero fue una conmoción más que un choque. Una conmoción que me sirvió porque me enseñó. En Giannuzzi hay una vibración ética increíble, algo que no aparece frecuentemente en ese tipo de poéticas. Bueno, en Juana Bignozzi también. Ahí hay una reflexión moral, ese trabajo sutil, irónico de la vibración ética. Bueno, yo sé que eso tiene que estar en la poesía; quiero decir: a mí me gusta que esté. Lo mismo que los temas, qué se yo, el tema del tiempo me gusta también.
M. C.: Sí, sí. Aparece siempre, pero no aparece como en otros autores, que sé yo, vos nombrabas a Borges; sino que más bien siempre aparece en una encrucijada con esa vibración ética, con esa subjetividad en crisis que siempre parece medio abandonada en el mundo.
O. C.: Y, bueno, siempre que aparece el tiempo, o es tiempo perdido, o es una dimensión de la memoria. Supongo que eso es algo que se está dando. Como que es algo que está dándose en el poema. Visto de afuera uno diría que da la sensación de que ahí hay un trasfondo, ¿no?
M. C.: ¿Vos querés decir que en eso que decae, eso que se pierde en el tiempo, arrastra otra pérdida?
O. C.: Yo tengo esa sensación. De pronto yo creo que los poemas, así vistos en conjunto, asumen un aire de derrota bastante acentuado.
M. C.: ¿Vos tenés esa sensación?
O. C.: Sí, la tengo. Digo: asume ese aire de fracaso. Fijate en esto nomás: “Ahora que tratamos de pasar / en limpio las líneas temblorosas / nos vemos de pronto empobrecidos / por las duras fronteras de la forma / Llevamos a cabo esta tarea /por delegación sombría / como diría el maestro / pero a algo de lo que entregamos al olvido / el viento le hará sortear los vallados / que el miedo levanta en este desierto paisaje / concluiremos / que la vieja empresa de rumiar en un corral / nunca nos alcanzará”.
M. C.: Sí, sí. Es cierto. Hay algo como de insatisfacción ante la pérdida.
O. C.: Eso hay, ese es el fracaso.
M. C.: El fracaso de la obra, la obra del fracaso, diría Blanchot.
F. W.: Y de las poéticas como por ejemplo como el objetivismo vos qué creés que es lo que se pierde.
O. C.: Y, bueno, eso de que la subjetividad se reduzca sólo a la presentación de la cosa. Es solo la presentación del universo de las cosas. Como si presentar fuera todo lo que puede hacerse. Como que es la sola presentación lo que se dibuja. Y eso a mí no me alcanza. A mí me sigue pareciendo necesaria cierta meditación, cierta reflexión porque a mí me parece que lo interesante es lo que esas cosas, lo que esa perspectiva nos hace y yo lo digo para la lectura y también para la escritura. Esa no es una relación sencilla. Hay ahí un desgarro, una crisis. Y eso yo no lo veo en esos poemas que se reducen a presentar lo que está ahí. Después de eso es cierto que uno puede hacer el recorrido de esa perspectiva pero eso no sé si es lo más interesante.
M. C.: Además así es muy difícil encontrarse con eso que es el milagro de la voz, el estilo, el tono: la escritura.
O. C.: Claro. Se presenta algo que está ahí y que tiene que decir algo pero se pierde la reflexión que afecta la voz que presenta. No sé… por ahí no es del todo así, pero a mí me parece que por ese lado va.
M. C.: Sí. A mí me parece que lo que así se pierde es lo que dice una escritura y no otra, y los rastros, las huellas, las cicatrices que también permiten reconocer las condiciones en las cuales fue posible el poema.
O. C.: Claro, claro. Y vos fijate Giannuzzi, por ejemplo. El escribe un arte poética que dice, bueno, “no retoque, no corrija, poesía es lo que está ahí”. Pero él no hace eso. Es un arte poética tramposa.
F. W.: ¿Decís que él escribe un arte poética mentirosa o que no se da cuenta que dice una cosa y hace otra?
O. C.: Yo digo que en los poemarios de él eso no es así. Al menos no es tan sencillo como lo que dice ahí. En sus poemas hay una fuerte impronta ética. Hay esa vibración que no está en otros. Te pongo un ejemplo: cuando él habla de “las cosas de la época”, la palabra “época” tiene para él un peso y una resonancia muy fuerte. Quiero decir: ética, política. Entonces él no es lo que “está ahí” es eso y muchas cosas más o, en todo caso, es lo que no se ve.
M. C.: Y la resistencia a abrir paso a la subjetividad que hay en la poesía contemporánea ¿a qué la atribuís?
O. C.: A mí me parece que tiene que ver con un error. Se ve como que la subjetividad lleva a un planteo de corte romántico, a un lirismo de lo genial, del genio poético, que sería visto como una involución o algo parecido. Bueno, eso se enseña ahora.
M. C.: Puede ser. Pero lo que yo veía es que en tu obra la subjetividad no se da así. Más bien al contrario. Quiero decir: no se da como una manifestación, como una verticalidad en términos románticos. Yo la veo más bien como un problema, como eso que entra al poema como problema. Eso que está ahí porque no se sabe lo que es. Porque es, como dice León Rozitchner, una suerte de “nido de víboras” en que cuando se mete la mano se corren serios riesgos. Quiero decir: riesgos que no todo el mundo está en condiciones ni tiene la voluntad ética de asumir en términos de vibración.
O. C.: Bueno, sí. Eso complica un poco las cosas, ¿no? (risas)
M. C.: Es como decir: yo no sé para dónde voy pero voy.
O. C.: Sí, sí. Esa es la idea. Meter la mano. Con un afán de decir algo también, ¿no? Y de instalar también, por qué no, un peso propio en el mundo.
F. W.: Una pregunta que a mí me parece más que nada útil. Con qué herramientas, si las hay, o de qué modo te parece que se puede y es más interesante encarar una lectura de un poema o un conjunto de poemas…
O. C.: Ah, ¡Qué preguntita!
M. C.: Bueno, no dijimos que fuera a ser fácil el “examen”. A vos ¿te resultan más interesantes unas perspectivas críticas que otras? De lo que has leído digo…
O. C.: No sé, yo he leído cosas de diferente tipo. Por ejemplo, yo leí mucho algunos ensayos sobre poesía de Edgar Bailey sobre poesía, Realidad interna… Me pareció muy interesante. Y un libro de un francés, un tal Menard, que no era el de Borges, claro. Ese me pareció muy bueno. Pero a mí lo que más interesante me parece es las apropiaciones del texto literario que se hacen desde otros lugares…
M. C.: Vos decís las incursiones o, mejor, las excursiones que se hacen desde la filosofía, la sociología, el psicoanálisis…
O. C.: Claro, eso. Eso me gusta leer. Las apreciaciones de Steiner son muy buenas. Muy inteligentes. Yo leí Después de Babel y me gustó mucho eso. También el libro sobre las Antífonas, que es muy bueno. Quiero decir: el análisis filosófico de la poesía no me parece redundante. Al contrario: me abre nuevas perspectivas para pensar el poema y la cosa de la poesía.
M. C.: Es cierto. La crítica literaria tuvo su teoría en otras dunas pero, bueno, eso se cayó cuando el versito de la autonomía multiplicó las teorías de la literatura. Yo creo que ahí se cerró un círculo. Ojo: esto lo digo yo. No sé si es así siempre pero la verdad es que a veces no sé si no prefiero, así como están, Sexo y traición en Roberto Arlt o Literatura argentina y realidad política, a los libros sobre crítica que se escriben básicamente para no agregar nada o para hacer pasar por la misma rejilla más de lo mismo.
O. C.: Igual a mí, qué sé yo, el libro de Derrida sobre Celán, por ejemplo, no me pareció mal. Me parece que él se mete en el libro, pero sí, es cierto, ahí el libro es la realidad, una realidad que el va destramando. La lectura de ese libro a mí me hizo escribir ese poema largo sobre y a Celán. Pensé que si yo tenía algo para decir de la obra de Celán, no tenía más alternativa que decirlo poéticamente. Y, bueno, salió eso. Ahí está. Es una especie de contrapunto.
F. W.: Lo que debe haber sido toda una experiencia desde el punto de vista literario y el existencial.
O. C.: Sí. Yo nunca había escrito algo así. Bueno, algunos poemas, pero no sabía como iba a salir ése poema tan largo que estaba escribiendo. Pero, bueno, algo salió.
M. C.: Escribir corriendo el riesgo.
O. C.: Sí. Eso siempre. Porque la poesía lleva al lenguaje a un punto extremos desde el cual ya no retorna igual, ¿no? Me parece a mí eso.
M. C.: Y leés actualmente alguna publicación sobre poesía, una revista…
O. C.: Sí. Leo el Diario de Poesía, que me resulta cada vez más interesante porque veo que se han abierto. O que han abierto esa mirada un poco exclusiva que tenían y se han vuelto, digamos, abiertos a otras propuestas poéticas que antes no publicaban.
M. C.: Y te parece que eso marca la pauta de decadencia de una hegemonía o…
O. C.: Me parece que sí. Me parece que se dieron cuenta, por lo menos, que se ahogaba eso que hacían, como que no había aire.
M. C.: Ya ni para ellos mismos…
O. C.: Y por eso también se ven como más abierto a darle pie a otras voces… Porque pensá que han incluido todo un número con los poemas de Bustriáz Ortiz es una cosa inédita, rarísimo. De todos modos ahí se lee en defensa de una poética definida, ¿no? Pero, bueno, se empiezan a presentar otras cosas y yo lo veo como un hecho saludable también.
M. C.: ¿Y vos qué creés que se queda afuera de eso, de ese circulo digo, y que vos creés que vale la pena tener en cuenta?
O. C.: Y, bueno, ellos lo han publicado, excepcionalmente pero lo han publicado, Leónidas Escudero. El poeta salteño Walter Adet, un sonetista de primera, que yo seleccioné para el librito ese que va a salir ahora (Poesía y política, Bahía Blanca, Cuadernillos de los peces Perdidos, 2006), porque me gusta mucho. Tiene un poema que a mí me parece buenísimo y que se llama “Memorial de Jonás”. Pero, claro, es un autor más bien de la generación del ’60.
M. C.: ¿Y autores nuevos? ¿Te encontraste con alguno que te haya interesado especialmente?
O. C.: Sí. Estoy detrás de un poemario porque leí un poema que realmente me pareció que estaba muy bien. Llach. Santiago Llach. El poemita se llama “Aramburu” y es… impresionante. Me sorprendió mucho. Tengo que leer algo de Mattoni, que lo leí como crítico de poesía y quiero saber como es su poesía. Al revés que a Tamara Kamenzain que leí algunos poemas sueltos y me falta leer lo que ella escribió sobre poesía.
Y también estoy tratando de conseguir eso que recomendaste vos una vez… Bianco. Pero a la crítica…
M. C.: Lucía Bianco.
O. C.: Sí, Lucía Bianco.
M. C.: Pero ibas a decir algo de la crítica…
O. C.: Sí. Que igual yo a la crítica le doy un lugar. Porque me parece que hay que ver cómo la crítica remonta el poema. Ahí hay cosas interesantes. Ahí yo siempre veo una reescritura. Quiero decir, la uso como uso, por ejemplo, lo que me dice la filosofía, la reflexión filosófica. Ahora estoy leyendo un trabajo muy bueno de Marilena Chauí que me dice muchas cosas que también me sirven para pensar la poesía. Una mina muy inteligente. Tengo uno sobre Spinoza que me dijeron es muy bueno también pero no he tenido tiempo todavía empezarlo.
M. C.: Vos te hacés siempre un lugar para leer las producciones nacionales o te da lo mismo.
O. C.: No. Yo siempre leo, siempre estoy leyendo algo de acá.
M. C.: ¿Y en la obra? ¿Vos sentís que eso está? Lo nacional digo, un cierto sentido de la pertenencia una tradición nacional…
O. C.: Yo creo que sí. Creo que más allá o a pesar incluso de las referencias culturales. Lo veo en un modo, en una forma de encarar las propias vivencias. Me parece que a pesar de esa cosa demasiado cultural, de pronto, algo hay de la vibración propia nuestra, argentina, ¿no? Y más me parece ahora que estoy buscando esa cosa que es una suerte de engarce, de juntura entre el poema y el mundo.
M. C.: Y de la tradición nacional, con qué poetas te quedás. No digo para rendirle honores digo para discutirlos o para aprender en ellos… ¿Cuáles te interesa seguir revisando?
O. C.: Bueno, uno, si no el más grande, Juan L. Ortiz. Por ahí Lugones; digo: releerlo para ver qué pasa. Y tengo ganas de leer el libro nuevo de María Pía López para ver qué lectura hace porque ella es una lectora muy lúcida.
M. C.: a mí me da la sensación como de que ella enseña a leer cuando lee. Bueno eso me pasó con un librito que, creo, no se difundió lo suficiente y que se llama Mutantes.
O. C.: Bueno quiero leer qué dice ella de Lugones. Porque hay cosas de Lugones que yo ya sé. No necesito que me digan eso. Me gustaría saber qué se puede decir de nuevo sobre Lugones.
M. C.: Yo te hacía esa pregunta por la tradición para ver qué tipo de problemas surgen cuando uno se elige dentro de una tradición que tiene, bueno, sus papas y sus sacristanes…
O. C.: Sí, claro. La biblioteca es un problema. El solo hecho de escoger los libros que vas a leer ya te obliga a elegir descartando…
M. C.: Una política de la biblioteca… Una política de afinidades electivas ¿no? Bueno, pero si te ponemos en la encrucijada de elegir, para hacerte sufrir nomás, digamos, cuatro libros de la tradición nacional, ¿cuáles elegirías?
O. C.: Bueno, si me obligaran… Bueno, no sé, el de Juan L. Ortiz para mí es indiscutible.
M. C.: Ese no se negocia.
O. C.: No, no. Ese no. Y después, bueno, uno que me gusta mucho a mí, El verde vuelve de Castilla. Otro podría ser, porque me impactó mucho cuando lo leí, Relaciones de Juan Gelman. Eso y no tanto lo anterior, quiero decir, esos poemas en que un obrero se cae de un andamio y todo eso. Bueno, y Giannuzzi. Que es para mí como un maestro. Y bueno, Leónidas Lamborghini o el Urondo que se aleja un poco –no del todo pero sí un poco– de la peripecia política. Ahí Urondo gana mucho poéticamente y eso potencia también la impronta política del poema.
M. C.: Ese es el riesgo que se corre, ¿no? No hay recetas, ni se sabe cómo hacer para trabajar la relación entre poesía y política…
O. C.: Claro. El desafío es ese. Yo en el prólogo a la antología que armé puse algo de eso. Sobre la necesidad y la dificultad de tramar esa relación. Y se me ocurrió una imagen para el final de ese prologuito. Una imagen que me llevaba a pensar que todas esas referencias y todas esas reflexiones sobre la poesía y la política finalmente no son más que las piedras que se ponía Demóstenes para dar un mejor discurso.
Realizada por Maximiliano Crespi y Fabián Wirscke en la Biblioteca y Centro de Documentación Carlos Astrada.
A mí me gusta mucho este poema de José Leonidas Escudero, dice Osvaldo y lee, sin mirar la página, “El boliche”: “Esperando a su huérfano en la ruta sombría / alguna de vacía silla de totora está // mugre de viejos días ensucia las paredes / las moscas se pegan en los vasos // sale de afuera diez pasos el vino y refermenta / junto a la acequia orina y yerbamota // un uhh de paloma callejonera / impulsa la brisa en los poemas últimos del verano // cuatro flacos alados a la vara dormitan y cabizbajos sueñan que los pialan con pasto // por cuestiones de alcohol llega a veces la muerte / ese bicho que pica sin remedio en botica // veces sale un borracho y explica / lo inexplicable con un grito en la noche”.
Osvaldo Costiglia: “Veces sale un borracho”, esa cosa que sabe como a español.
Maximiliano Crespi: y trastorno de la sintaxis, pero que también está en la lengua...
O. C.: De la calle también. Vos fijate que este hombre es un viejito, Leonidas Escudero. Fue catitero.
Fabián Wirscke: ¿Catitero?
O. C.: Sí, sí. Iba por San Juan, por las montañas, con el pico de geólogo, buscando oro. Durante años tuvo la ilusión de encontrar tesoros. Eso lo cuenta él en un poema que se llama “Catitero, señor”. Y dice que su oficio, el oficio de ese poeta que busca oro en la montaña, es “un oficio de suerte milagrera”. Y dice “este oficio, señor, de catitero / por aspirar palabra luminosa / por querer recogerla desde abajo / y presentarla arriba de otro modo / digamé cuando recibo el eco / digamé cuando aprenderán mis pájaros / o es que ya falta poco y viene el día / en que se libren de la vieja jaula / soy catitero por la calle larga / voy traqueteando la prisión del canto”.
M. C.: ¿Vos vas juntando ese material?
O. C.: Sí; en carpetas como ésta (señala un bibliorato repleto). Son autores que me gustan. Tengo un guitarrero mapuche que era bahiense. A ese me parece que lo leo yo nomás. Se llama Butatrán... Después tengo también, por ejemplo de Giannuzzi que me gusta mucho.
F. W.: Los copias, quiero decir, los vas juntando y transcribiendo vos de diferentes...
O. C.: Sí; hace años. Vos sabés que yo tenía... como no había salido nada de Giannuzzi yo me los fui recopilando de antologías, de revistas y otros lugares fui armando y me quedó de cada libro de él, algunos más y otros menos, pero era una compilación importante, llegué a tener un toco de poemas de Giannuzzi. Era como los pibes que están contentos porque tienen todas las figuritas en el álbum. Me acuerdo que yo me decía: debo ser el tipo en la Argentina que tiene más poemas de Giannuzzi recopilados (esto antes de que Giannuzzi llegara a ser la celebridad que es hoy). Pero después salió la Completa de Emecé y me mató y tenía todos los que yo tenía y los que me faltaban. Y encima no lo pude comprar porque al principio estaba carísimo pero después lo encontré en una mesa de saldo y ahí sí me lo llevé. A mí me gusta mucho Giannuzzi. Me gusta mucho lo que hace Giannuzzi en algunos poemas como, por ejemplo, ese que se llama “Juan Bautista Alberdi en Marsella”. Ahí hay algo que hoy no se hace. Es un poema que recupera lo histórico en una clave irónica pero con una voluntad ética muy fuerte. Giannuzzi escribe poemas de voluntad ética. Algo que no se ve hoy en día, ¿no?
M.C.: No, claro, hoy no. Pero yo quería que hablaras primero un poco del comienzo y después me gustaría volver sobre la actualidad de la poesía y la poesía de la actualidad, ¿te parece que hagamos así?
O. C.: Sí, sí. Como ustedes quieran.
M. C.: Entonces, para empezar, el comienzo. ¿Te acordás de la época que elegiste, quiero decir, que te elegiste como escritor, y qué fue lo que te parece que influyó en esa decisión?
O. C.: Vos sabés que en realidad yo empecé a escribir antes de querer ser escritor. Era como un impulso. Necesitaba expresar algo y recurría, bueno, a las herramientas de mis lecturas de ese entonces. Era una lectura de los poetas medio románticos y algunos modernistas. Me acuerdo que yo empecé a leer poesía en unos cuadernillos que se llamaban “Cuadernillos de Poesía”. Estaban editados acá en la argentina y los dirigía un tal Simón Latino, que vaya a saber uno quién fue. Por ejemplo, yo me acuerdo que tenía (y los tengo todavía por ahí) García Lorca, Vallejo, Nicolás Guillén, Ismael Arciniégas, la poesía ecuatoriana contemporánea de aquella época. De mediados de la década del ’50. También Porfirio Vargas Jacob, que ahora ha salido en el Diario de Poesía, un poema de él me gustaba mucho: “La Cuarimantima”. Había cosas de Pablo Neruda, de León de Greiff. Todo muy latinoamericano: Eduardo Carranza, el venezolano Andrés Eloy Blanco, me acuerdo un poema muy especial de él que se llamaba “El mariscal”.
M. C.: Y, ¿cómo conseguías esos cuadernos acá?
O. C.: Me acuerdo que me los vendía un viejo que tenía una librería que se llamaba “La Casa de las Revistas”. Yo a ese hombre de chiquito ya le compraba libros y revistas. Vendía material usado y nuevo. El negocio estaba al lado de las galerías Plaza donde ahora hay otra galería. Durante toda mi niñez y mi juventud yo le compré los libros a él o le canjeé libros a él. Se llamaba Bienvenido Gómez. Yo le decía de “don”: Don Bienvenido Gómez.
F. W.: Pero por decisión propia. Quiero decir ibas solo a comprar los libros o te llevaban.
O. C.: Generalmente iba solo. Vos fijate que yo empecé a escribir en el secundario pero no se lo mostraba a nadie. Imaginate. Ni siquiera a los profesores de lengua y literatura. Yo tuve un profesor, que para mí entonces me parecía bueno, Coco Estilissi. Lo tuve en “Literatura española” en dos años.
M. C.: Y ¿te acordás cuándo fue la primera vez que mostraste lo que escribías?
O. C.: Eso fue mucho tiempo después. Mucho más adelante. Ya terminado el secundario.
M. C.: Y durante todo ese tiempo seguiste formándote, digamos…
O. C.: Tengo muchos poemas de esa época. Los guardo todos en carpeta.
M. C.: En qué escribías… te habías conseguido una máquina?
O. C.: Tenía la máquina porque nosotros, con mis hermanos, hacíamos apuntes, con la esténcil y un mimeógrafo. Y habíamos adoptado una técnica para que los apuntes salieran perfectos. Y esa máquina de escribir era una Léxicon 80 que era muy buena por aquel entonces y yo con esa máquina escribía. Muchos de mis primeros poemas fueron pasados en limpio o directamente escritos en esa máquina.
F. W.: Y la temática de esos primeros poemas ¿cuál era?
O. C.: La temática era muy… como muy pretenciosa. Cuando empecé a leer a Kafka lo empecé a leer por los Diarios. Me llamaba la atención la concentración de pensamiento sobre su propio vivir, la capacidad de verse a sí mismo viviendo. Entonces escribí un poema que era casi como una teoría de lo que yo interpretaba en Kafka por entonces. Si lo leés ahora, te morís. Pero, bueno, ése era el universo que después se fue ampliando. Pensá que en esa colección de los “Cuadernillos de Poesía” está Vallejo, está Lugones…
M. C.: E históricamente…
O. C.: Ah, bueno, ahí hubo un parate que fueron los años en que yo tuve que decidir qué iba a estudiar. Eso fue una época como que se me borró.
F. W.: Claro, porque vos sos profesor de…
O. C.: Ingeniero Químico. Me decidí por eso porque ya hacia fines de lo que fue mi secundario sucedieron los episodios de la Laica y la Libre, donde gente de la universidad nos vino a plantear a nosotros el problema. Bueno, después ocupamos la Escuela… Mi hermano en la Escuela Industrial hizo otro tanto… Fueron días en que El colegio Nacional estaba ocupado y habían puesto a toda vela la Aida de Verdi, que sonaba desde el Colegio Nacional hacia la calle. Era la época de Frondisi y ahí es como que, de pronto, desperté a la realidad. Tendría que haber despertado antes, porque yo presencié muy de cerca lo del ’55. Yo trabajaba con un procurador de réditos. Trabajaba medio día. Iba a la mañana al colegio y después iba de dos a seis o siete a trabajar con el procurador. En ese ínterin fue el golpe del ‘55. Recuerdo que el día que salió toda la gente porque el golpe había triunfado, yo fui y él me dice: “No. No, no. Andate a tu casa porque hoy no se trabaja”. El era un gorila. Era un buen tipo, pero era gorila. Tenía esa idea y eso fue lo que me sacó del ensimismamiento poético. Me lanzó de pronto…
M. C.: Te sacó de la literatura en general…
O. C.: No; de la literatura no me sacó nunca. Yo a veces lo reconstruyo mentalmente: mi vieja me plantó en la Biblioteca Rivadavia cuando tenía cinco años y nunca dejé de leer. Nunca, nunca. Leí continuamente. Dejaba un libro y sacaba otro y otro, durante años y años y años sin parar. Lo que sí dejé un tiempo es de escribir poemas. Hubo como un hueco ahí.
M. C.: ¿Entre qué fechas fue eso?
O. C.: Y sería entre el ‘59 y el ’68, más o menos. Yo creo que además no encontraba el tono. No era lo que yo estaba viviendo. Poéticamente estaba como atrasado, como fijado en una época de la poesía rubendariana. Y, de pronto, me encontraba con la historia, y no lograba eso que hoy sí podría conjugar. Pero en aquel entonces no lo lograba.
F. W.: Y en esa época qué lecturas tenías…
O. C.: Leí mucha novela argentina. Leí David Viñas, Cayó sobre su rostro, Un dios cotidiano. Después leí un libro de cuentos de Enrique Wernicke. A Pedro Orgambide lo había leído también. De Borges había leído “El jardín de los senderos que se bifurcan” pero después entró todo el tema político y dejé de leerlo, pero más tarde leía a Borges pero no se lo comentaba a nadie. Porque ya sobre los ’70 yo andaba con gente muy cercana a la “izquierda nacional” y entonces ellos ya habían leído Muerte y resurrección de la literatura argentina del Jorge Abelardo Ramos, donde a Borges lo defenestra…
M. C.: Por la abuela inglesa…
O. C.: Claro. Lo mismo que hace Hernández Arregui en Imperialismo y cultura. Yo después leí la novelística italiana. Leí a Pavese, leí Vasco Pratolini. Y antes ya había leído los clásicos rusos Dostoyevski, Chejov, Tolstoi. A los rusos los leí bastante.
M. C.: Y teóricamente, teoría política, teoría o crítica literaria…
O. C.: Sí. En los ’60 había gente que estudiaba letras que era amiga mía y yo siempre les pispeaba lo que les recomendaban. Entonces iba y me los conseguía. Entre esos amigos estaban Hugo Perrone, que era muy amigo mío (fuimos socios del Cine Club), é tenía mucha formación teórica y entonces yo le pispeaba lo que le recomendaban y yo me acuerdo que él iba a clase con Héctor Ciocchini y en las clases de él estaban trabajando a Cernuda, La realidad y el deseo y los ensayos. Bueno, yo empecé a leer eso también. Me conseguí todos los ensayos de Cernuda. Ese es mi acercamiento al ensayo pero no de grandes teóricos sino de los propios escritores. Recién mucho después empecé a leer cosas de Steiner y otros.
A Gramsci, por ejemplo, lo leí hacia mediados de los ’70. Literatura y vida nacional, Los intelectuales y la organización de la cultura los leí recién en esa época. Y me impresionó mucho el libro sobre Benedetto Croce y el materialismo histórico. Porque ya me había conseguido las Obras Escogidas de Lenin… el marxismo clásico…
M. C.: ¿Y por esa época volvés al trabajo literario?
O. C.: Lo retomo pero ya sin esa ampulosidad de antes. Abandoné esa predilección por el otoño, por los largos sollozos… toda esa historia. Necesitaba otro alimento, algo que tuviera más implicancia. A lo mejor me equivocaba pero era lo que pensaba entonces.
M. C.: ¿Y la ingeniería química?
O. C.: Eso fue una decisión política. Porque a mí siempre me gustó la química, las combinaciones. Me gustaba. Yo mientras estudiaba, mientras hacía química cuantitativa y cualitativa, los tipos falseaban los análisis. Sabían lo que les iban a dar y mostraban una prueba como si realmente la hubieran obtenido. Y yo me esmeraba en obtenerla y no me salía porque filtraba mal, porque no lograba hacer la precipitación o porque calculaba mal. Pero me esforzaba porque me gustaba la química. Y yo en cierto modo interpreté mal esa afición por la química. La ingeniería química es otra cosa. Yo la elegí por una opción política. Yo me decía: un afán de liberación nacional tiene que estar fincado también en una autonomía de conocimiento y de producción soberana. En aquel entonces estaba sobre la mesa el tema de las patentes porque había que depender de las patentes extranjeras. Entonces si uno estudia y después pone todo eso… mirá vos qué ideas, ¿no? Como si fuera todo tan mágico… cuando en realidad después el sistema te mete en un callejón del que no podés salir.
F. W.: Y de alguna manera ¿pudiste usar el conocimiento de la química articularlo con el de la poesía?
O. C.: Para mí corrían por andariveles paralelos. Pero se infisionaban en el método. El método humanístico es el de copiar y destilar despacito, no tiene que ver con el método que exige el estudio de la ingeniería.
M. C.: Pero decías que es a principio de la década del ’70 que volvés de pleno a la escritura…
O. C.: Hubo una eclosión porque yo durante el ’70, ’72, ’73 salía con una piba que era monto. Y yo no era monto. Tiraba del lado de la izquierda pero no era montonero. Pero, bueno, después tuvimos algunas diferencias que no siempre son políticas. Que por ahí tenía una máscara política pero por ahí era un problema humano y anímico de no cuajar, del que, por supuesto, yo tampoco me eximo.
Bueno, esa experiencia a mí me marcó y ahí me salieron unos cuantos poemas. Pero yo ya venía trabajando por el tema de la muerte de mi viejo, que es también por esa época, en el ‘72. El tema de mi viejo aparece con bastante recurrencia en mi trabajo, sobre todo en el libro Los laberintos rotatorios. Por esa época yo ya empecé a escribir regularmente a la vez que hacía esas lecturas de todo lo que era el marxismo nacional y todo eso.
M. C.: Y ¿vos creés que eso influyó en tu proyecto poético?
O. C.: Yo creo que sí porque ya le prestaba más atención a las realidades exteriores. Está bien, trasvasada a través del lenguaje poético y la apreciación personal… pero siempre buscando un tono que nunca hallé, salvo hacia el final, hace unos años atrás, a través de la poesía de Giannuzzi, de Lamborghini, de, bueno, mis maestros.
F. W.: Y, mientras tanto, ¿trabajabas de lo que había estudiado?
O. C.: En realidad, mirá: cuando terminé de estudiar era la universidad de Remus Tetu, vos te imaginás. Ya lo habían liquidado a Watu…
Pero, bueno, cuando terminé me fui a trabajar a la industria.
M. C.: En esa época vos ya militabas en alguna agrupación…
O. C.: Sí; estaba en el FIP, que por esa época guardaba resabios de la vieja forma de la izquierda, en el sentido en que había un partido público y un partido secreto. Estaba el Partido Socialista de la Izquierda Nacional, que era el reaseguro del FIP. El FIP era el Frente y debajo estaba el Partido Socialista de Izquierda Nacional. Qué sé yo. Habrán creído que yo sabía mucho de marxismo nacional y me pasaron directo. No entré al FIP; pasé directamente al Partido. Se ve que habían visto la cantidad de libros que yo tenía… Tenía la biblioteca de todas las tendencias de la izquierda argentina juntas. Tenía todo lo del Colo, lo de Hernández Arregui, Cooke. Tenía las obras de Lenin, Mao, Trotsky… cualquier cantidad.
F. W.: Tenías…
O. C.: Tenía.
M. C.: Y habías leído ya todo eso.
O. C.: No. Imaginate. De Mao había leído la mitad nomás. Eran muchos volúmenes…
F. W.: Y ¿qué pasó con esa biblioteca?
O. C.: Desapareció. Durante la dictadura militar desapareció. Fue quemada. Se fue en el aire.
M. C.: Y los compañeros de esa época…
O. C.: Me acuerdo de un muchacho que sabía mucho y era muy… un tipo muy piola. Se llamaba Pedro Barbería. No sé si la familia vivirá todavía acá en Bahía, pero ese muchacho era un estudioso del marxismo y tenía una biblioteca muy centrada en ese tema. Y había también un personaje del cual tengo un libro de poemas. Se llamaba Raúl Argüelles. Era un hombre ya muy viejo, que estaba muy enfermo del corazón y que había sido anticuario. E incluso había sido guionista de cine en la primera época del cine nacional. Creo que murió acá en Bahía Blanca pero yo todavía tengo el libro ese en casa y no está del todo mal y que se llama Poemas a la izquierda de Dios. Tiene un poema a Jauretche que es muy bueno. Bueno, era también una de nuestras lecturas. Yo había leído El medio pelo y Los Profetas del Odio también.
F. W.: Y ¿compañeros que escribieran poesía en esa época?
O. C.: Y, pensá que en aquella época estaba acá en Bahía Mario Iaquinandi, y él escribía pero también medio aislado, pero, bueno, después se fue a Buenos Aires. Hugo no escribía. Le gustaba el teatro pero todavía no había trabado mucha amistad con Chiche Pupko, al que le hacíamos apuntes de literatura cuando él vivía en la calle Drago, creo.
M. C.: Esto es más bien ‘74, ’75…
Sí, sí. Por esa época yo ya leía mucha poesía italiana. Leía a Cuasimodo, a Ungaretti, Montale. Que tuvieron también una influencia importante en mi poesía. Y narrativa ya en los 70 había empezado a leerlo a Borges, medio a contrapelo, ¿no? Lo leí todo. Yo primero me resistí por un problema de análisis político de su literatura pero era buenísimo. Hoy en día está claro que no sólo es buenísimo sino que revela cosas sobre el tema.
F. W.: El otro duelo, por ejemplo, en los 70.
O. C.: Claro, claro. Es impresionante, ¿no? Y después la poesía de Borges siempre me gustó. Hay gente a la que no le gusta pero a mí sí. Por ejemplo ese poema, creo que se llama Adrogué, y que dice “Duermen del otro lado de las puertas / aquellos que por obra de los sueños / son en la sombra visionaria dueños / del vasto ayer y de las cosas muertas” [recita de memoria]. O el Poema de los dones…
M. C.: Y eso acarrearía algunas discusiones, ¿no?
O. C.: Sí, claro, porque me dejaba medio como un heterodoxo. Cosa que, al final, en la balanza política, no pesaba tanto; pero puesto a charlar, así, bueno… a ellos les gustaban otros poemas. Que a mí también me gustaban. Y, bueno, yo les decía: “¿A ustedes les gusta Gelman? A mí también me gusta Gelman. Pero una cosa no invalida la otra”.
Lo que pasa es que también el momento, la historia era complicada. Nosotros vivimos lo del Cordobaza con mucha euforia. Decíamos, bueno, joder, el pueblo… todavía se pueden hacer cosas. Hacer retroceder a los milicos era algo que… algo impensado, una cosa magnífica. Y, después, sufrimos mucho lo de Ezeiza. Fue durísimo. Calamos una cosa dura que se venía… y nos dijimos esto otra cosa. Lo sentimos, me parece, cada uno dentro suyo, como una suerte de amenaza de lo que se nos vendría. Y a pesar de que algunos se tomaban demasiado al pie de la letra las palabras de Ramos, el Colorado era muy crítico con Montoneros, por ahí él en algunas cosas tenía razón. Recuerdo incluso que una vez dijo algo así como “Vaya a saberse si al cabo de un tiempo no descubrimos que esta gente tiene algo que ver con la SIDE”.
M. C.: Y esto, en cierto modo, los dispersó…
O. C.: Claro. Nosotros, por lo menos hasta la noche, la larga noche de la dictadura, hicimos lo que estuvo a nuestro alcance. Después… de esa larga noche, lo que recuerdo son sábados como éste, en alguna cocina de algún amigo, en un barrio, charlando… No podíamos hacer otra cosa que eso. Leer cosas, charlar… la mano estuvo muy pesada durante años. Además era como un gran vacío. De pronto, desaparecía una generación que te rodeaba.
M. C.: Y la escritura en esa época…
O. C.: Bueno, en esa época yo ya había empezado a armar lo que después sería Los laberintos rotatorios. Era un poemario que no tenía nombre, al que yo espigué y le saqué cosas que me resultaban redundantes. Lo tenía todo armadito en un libro y no sabía qué nombre ponerle. Se lo había leído a un par de amigos nada más.
F. W.: Amigos poetas, que tenían alguna relación con la escritura, o…
O. C.: Sí, sí. Era gente que estudiaba Letras… un amigo, Jorge Fabrisi… En España ya…
M. C.: ¿En qué época te vas a España vos?
O. C.: Uh, eso fue ya por el ’85. Mucho más adelante. Pero durante esa larga noche, la dictadura, nos juntábamos fundamentalmente la gente que me acompañaba en la experiencia del FIP. Después nos fuimos separando por distintas circunstancias de la vida, que nos llevó a una deriva distinta, pero durante esa primera época estuvimos juntos. Me acuerdo que estaba esta chica que era profesora de historia a la que yo aprecié mucho, Alicia Boff.
También me acuerdo que casi previo al golpe, ahí donde ahora está Humanidades, en un piso, se había formado la Escuela de Teatro Eva Perón. Y junto a un grupo de gente entre las que estaba con Hugo (Perrone) empezamos a estudiar teatro…, modos de expresión corporal, impostación de la voz, porque él en esa época ya estaba con el tema del teatro pobre de Brotovski. Me acuerdo que queríamos poner una obra de Fernando Arrabal, en la que parece un tipo que está en una silla de ruedas, que no se puede mover, y es una obra basada en los recuerdos de él, Andorra, sí creo que se llamaba así. Había, me acuerdo, creo que tres o cuatro chilenos exiliados de Pinochet. Pero después yodo eso se cortó; vino el golpe y se cortó.
F. W.: Y teatro ¿se veía acá?
Yo iba mucho al teatro de la Alianza, que me parecía lo más potable. Y bueno, el cine pasaba por el Cine Club, del que yo fui socio. Estaba en la calle Alsina el Rossini, que por entonces se llamaba Splendid. Bueno, ahí todos los domingos a las diez de la mañana había películas nuevas. Eran los 60 y yo, en esa época de no escribir, vi mucho cine. Me vi todo el naturalismo francés, el cine ruso, italiano… todo. Ahí vi René Clair, Jean Renoir, Las reglas del juego, Las grandes maniobras, Un sombrero de paja de Italia, Para nosotros la libertad, El muelle de las brumas, más vieja todavía. Y después Robert Bresson, todo ese cine vi. Vimos, me acuerdo, Un condenado a muerte se escapa, Pasaron las grullas. Había también una política de debate. Se editaban los guiones de, por ejemplo, yo tengo La tierra tiembla de Felini y tengo, por ejemplo, un trabajo de Homero Alsina Teller, un crítico uruguayo, sobre Bergman, en una época en que en Francia ni bola le daban a Bergman pero acá y en Uruguay sí. Yo me vi todo eso desde Puerto a Noches de circo, Detrás de un vidrio oscuro, Verano con Mónica, y otras más. Esa experiencia se repitió en el GUdeC, el Grupo Universitario de Cine. Eso sí ya fue en el Rossini. Bueno, todo Einsestein, qué sé yo, La conspiración de los goliardos, Iván el terrible. También Pudovski, La huelga. Bueno, cine italiano ni hablar, casi todo. El neorrealismo italiano todo.
F. W.: ¿Y la literatura extranjera en esa época?
O. C.: Yo me acuerdo de un profesor de higiene, que colaboraba me parece para una revista de Buenos Aires que se llamaba Indoamérica o algo así, Floreal Ferrara, me recomendó, para que lo lea en el verano, a Faulkner. Ahí leí Intruso en el polvo, después Mosquitos, y después todo, El sonido y la furia, Absalón, Absalón, Santuario, que sé yo… todo.
M. C.: ¿Y revistas culturales comprabas alguna en especial?
O. C.: Sí. Yo leí mucho, bah, tenía la colección, de El grillo de papel, que dirigía Abelardo Castillo. Ahí empecé a leer a Sartre, a partir sobre todo de la polémica que salió ahí publicada entre Sartre y Camus sobre el tema de Argelia. Pero acá a Bahía ya llegaba la revista Les Temps Modernes, la traía Pampa-mar. Leí eso con diccionario en mano y después me encaré con ese labarazo que es el Saint-Genet, me acuerdo que lo leímos junto con Perrone. Un laburo de locos. Compré El grillo y después algunos números de El escarabajo de oro pero ya no llegué a ver nunca la tercera revista, El ornitorrinco. Se fue corriendo Abelardo Castillo también.
M. C.: O sea que tenías una biblioteca importante… ¿qué pudiste salvar de eso?
O. C.: Y, parte de eso pude salvar. Lo que no era “político” lo salvé. Mi tío tenía una pieza abandonada en una casa y en esa pieza guardé todo ahí. Me acuerdo que mi vieja también me ayudó a sacarla y llevarla del local del FIP. Pero pude sacar algunos nomás. Los políticos eran muchos. No sabía qué hacer con todo eso. Era muchísimo, imaginate, todos los autores de la izquierda y de todos casi todo. Tenía Mao, Marx, Engels, Lenin, Trotski, Guevara, Rosa de Luxemburgo… todo. Mucho de Pasado y Presente también. Bueno, todo eso, y estaba todo el material sobre la Revolución rusa, las actas de los congresos, los documentos… todo. Me acuerdo que tenía la obra de G. D. H. Cole sobre la historia del socialismo eso lo perdí todo.
M. C.: ¿Eso lo dejaste ahí y ahí mismo lo quemaron?
O. C.: No. Lo quemé yo; lo tuve que quemar. Una cosa… no sabés lo que fue. El tema es que la cosa se puso pesada. Una noche, tac: el camión del ejército en la cuadra que estaba antes del local del FIP. Se bajaron y revisaron toda la manzana. Punto. Pasó una semana, tac: la manzana que seguía después de la del FIP y esa quedó sin revisar. Y yo me dije “Esta es la próxima. No puedo esperar más”. Quemé todo eso, pero ¿sabés cuál es la ironía? Que no hubo próxima. No revisaron nunca. Podría tener todo.
Vos no sabés lo que fue elegir qué salvaba y qué no. Trataba de acercarme a un criterio. Pero cuando se volvía tan absurdo, me volvía loco. Me ponían en la cabeza de un milico y si te ponés en la cabeza de un milico te volvés totalmente esquizofrénico. Y yo pensaba “Pero esto, ¿qué se puede… pensar de esto…?”. Porque eran capaces de quemar un libro sobre cubismo o uno que se llamara La cuba electrolítica (risas)…
F. W.: Un procedimiento de Campo de Concentración, ¿no?
O. C.: Tremendo. Vos lo contás ahora y la gente te dice no sé, “¿Puede ser que haya pasado esa barbaridad?”.
M. C.: Y la salida de esa “larga noche”…
F. W.: O sea que en la “Primavera alfonsinista” te vas a España, ¿no?
O. C.: Claro. Yo en el ’85 me voy a España. Me pasé diez años allá. Volví en el ’95.
Pero antes me acuerdo de haber leído Respiración artificial de Ricardo Piglia. Me acuerdo que lo leí y me dije “La… mierda esto…”. Y ya había leído cosas de Di Benedetto que también me habían gustado mucho. Había leído esa novela Zama y Los suicidas y El silenciero. Había conseguido algo de Daniel Moyano. Había leído un librito que en aquel entonces me gustó, no sé ahora si lo… se llamaba Eisejuaz de Sara Gallardo. Retomé a Viñas cuando lo empezó a sacar el Centro Editor. Y me acuerdo que había leído muchos autores cubanos Alejo Carpentier y la poesía de Nicolás Guillén. Leí a Sarduy y leí mucho ya a Reynaldo Arenas, Farabeuf.
Pero, bueno, yo también me refugié mucho en la fábrica, en la oleaginosa Moreno. Durante ocho años trabajé de ocho de la noche a cuatro de la mañana. Estaba muy metido en el mudo obrero. Me había recibido de ingeniero pero como había entrado antes de serlo era amigo de los que eran obreros. Laburaba en el laboratorio de control de calidad y hacía lo análisis nocturnos de toda la oleaginosa. Me acuerdo que tenía un sistema que había inventado, un sistema para empujar todos lo análisis juntos para llegar a las cuatro con todo hecho. Me acuerdo que incluso me quedaban 15 o 20 minutos para tomar unos mates con unos obreros chilenos que unos eran del MIR y otros socialistas que se habían venido escapados de Pinochet. A algunos los había conocido en los barrios porque a veces íbamos a los barrios a hacer trabajo político.
M. C.: en España cerrás el primer libro
O. C.: Sí. Me acuerdo que me lo imprimió un amigo, Daniel Vilches. Un tipo que era contador y él lo hizo de canuto en la empresa de la que lo estaban por rajar, una empresa que trabajaba para la Comunidad Económica Europea. Me imprimió quinientos ejemplares. Inventó una editorial a la que le puso Filibustería. Es lo primero que publico y se distribuyó casi todo allá en España. Me lo distribuyó Carlos Eldepoy, un abogado internacional muy famoso, era muy amigo mío porque juntos habíamos fundado allá la APDH en Madrid. Eso está en el libro de Anguita que se llama Juicio justo o algo así. Bueno, él lo repartió por allá, no sé si todo entre abogados pero lo repartió.
M. C.: Y, a la vuelta de España, ¿te reencontrás con algunos compañeros?
O. C.: Algunos. Muchos de ellos ya no tenían militancia política y otros tantos se habían derivado hacia otras posturas.
M. C.: Y empezaste a investigar la obra de Pavese por esa época también, ¿no?
O. C.: No eso venía de antes. Yo a Pavese lo leí mucho. Leí todo: narrativa, poemas, ensayos. Qué sé yo, todo lo que él escribió sobre literatura norteamericana, que fue una novedad. Y eso me ayudó mucho a mí. Porque me permitió ver hasta que punto uno está metido en una coyuntura histórica compleja, fuerte y también muy interesante. Lo vi en Pavese eso, ¿no? Ni que decir de la experiencia de vida de él.
Por otro lado, mirá esto es un poco contradictorio, también me había conseguido un libro que admiré mucho que es El alma romántica y los sueños de este crítico francés que ahora no me acuerdo, un clásico. Y por esa vuelta, la vuelta al país, también empecé a sentirme más seguro de lo que estaba escribiendo. Empecé a encontrar, no sé, un camino. Empecé a decir, “Bueno, acá estoy yo. Este soy yo”. Aunque siempre estoy medio indeciso en lo que estoy escribiendo. Incluso ahora que estoy leyendo a algunos poetas jóvenes que hacen una cosa que tiene un mordiente muy fuerte sobre la realidad y yo, no sé, me veo muy obsesionado por otra cosa, por algo que se concentra en la metáfora. Seguro que es ese juego metáfora-metonimia, que no logro conciliar.
M. C.: Sí sí. En ese sentido, yo no sé lo que pensás vos, digo lo que yo pienso. En ese sentido yo creo que tu poética es una suerte de rareza. Porque vos fijate que es una poética que está muy ligado a poetas hoy muy abandonados –denostados incluso a veces por las lecturas oficiales–y que sin embargo sobrevive, como un milagro, como un milagro secreto diría, en un océano de objetivistas.
O. C.: Sí, sí. Pero vos fijate que a mí esa soledad a veces me desasosiega. Porque encuentro con que… no sé. Vos fijate que a mí la obra de Giannuzzi me chocó mucho pero fue una conmoción más que un choque. Una conmoción que me sirvió porque me enseñó. En Giannuzzi hay una vibración ética increíble, algo que no aparece frecuentemente en ese tipo de poéticas. Bueno, en Juana Bignozzi también. Ahí hay una reflexión moral, ese trabajo sutil, irónico de la vibración ética. Bueno, yo sé que eso tiene que estar en la poesía; quiero decir: a mí me gusta que esté. Lo mismo que los temas, qué se yo, el tema del tiempo me gusta también.
M. C.: Sí, sí. Aparece siempre, pero no aparece como en otros autores, que sé yo, vos nombrabas a Borges; sino que más bien siempre aparece en una encrucijada con esa vibración ética, con esa subjetividad en crisis que siempre parece medio abandonada en el mundo.
O. C.: Y, bueno, siempre que aparece el tiempo, o es tiempo perdido, o es una dimensión de la memoria. Supongo que eso es algo que se está dando. Como que es algo que está dándose en el poema. Visto de afuera uno diría que da la sensación de que ahí hay un trasfondo, ¿no?
M. C.: ¿Vos querés decir que en eso que decae, eso que se pierde en el tiempo, arrastra otra pérdida?
O. C.: Yo tengo esa sensación. De pronto yo creo que los poemas, así vistos en conjunto, asumen un aire de derrota bastante acentuado.
M. C.: ¿Vos tenés esa sensación?
O. C.: Sí, la tengo. Digo: asume ese aire de fracaso. Fijate en esto nomás: “Ahora que tratamos de pasar / en limpio las líneas temblorosas / nos vemos de pronto empobrecidos / por las duras fronteras de la forma / Llevamos a cabo esta tarea /por delegación sombría / como diría el maestro / pero a algo de lo que entregamos al olvido / el viento le hará sortear los vallados / que el miedo levanta en este desierto paisaje / concluiremos / que la vieja empresa de rumiar en un corral / nunca nos alcanzará”.
M. C.: Sí, sí. Es cierto. Hay algo como de insatisfacción ante la pérdida.
O. C.: Eso hay, ese es el fracaso.
M. C.: El fracaso de la obra, la obra del fracaso, diría Blanchot.
F. W.: Y de las poéticas como por ejemplo como el objetivismo vos qué creés que es lo que se pierde.
O. C.: Y, bueno, eso de que la subjetividad se reduzca sólo a la presentación de la cosa. Es solo la presentación del universo de las cosas. Como si presentar fuera todo lo que puede hacerse. Como que es la sola presentación lo que se dibuja. Y eso a mí no me alcanza. A mí me sigue pareciendo necesaria cierta meditación, cierta reflexión porque a mí me parece que lo interesante es lo que esas cosas, lo que esa perspectiva nos hace y yo lo digo para la lectura y también para la escritura. Esa no es una relación sencilla. Hay ahí un desgarro, una crisis. Y eso yo no lo veo en esos poemas que se reducen a presentar lo que está ahí. Después de eso es cierto que uno puede hacer el recorrido de esa perspectiva pero eso no sé si es lo más interesante.
M. C.: Además así es muy difícil encontrarse con eso que es el milagro de la voz, el estilo, el tono: la escritura.
O. C.: Claro. Se presenta algo que está ahí y que tiene que decir algo pero se pierde la reflexión que afecta la voz que presenta. No sé… por ahí no es del todo así, pero a mí me parece que por ese lado va.
M. C.: Sí. A mí me parece que lo que así se pierde es lo que dice una escritura y no otra, y los rastros, las huellas, las cicatrices que también permiten reconocer las condiciones en las cuales fue posible el poema.
O. C.: Claro, claro. Y vos fijate Giannuzzi, por ejemplo. El escribe un arte poética que dice, bueno, “no retoque, no corrija, poesía es lo que está ahí”. Pero él no hace eso. Es un arte poética tramposa.
F. W.: ¿Decís que él escribe un arte poética mentirosa o que no se da cuenta que dice una cosa y hace otra?
O. C.: Yo digo que en los poemarios de él eso no es así. Al menos no es tan sencillo como lo que dice ahí. En sus poemas hay una fuerte impronta ética. Hay esa vibración que no está en otros. Te pongo un ejemplo: cuando él habla de “las cosas de la época”, la palabra “época” tiene para él un peso y una resonancia muy fuerte. Quiero decir: ética, política. Entonces él no es lo que “está ahí” es eso y muchas cosas más o, en todo caso, es lo que no se ve.
M. C.: Y la resistencia a abrir paso a la subjetividad que hay en la poesía contemporánea ¿a qué la atribuís?
O. C.: A mí me parece que tiene que ver con un error. Se ve como que la subjetividad lleva a un planteo de corte romántico, a un lirismo de lo genial, del genio poético, que sería visto como una involución o algo parecido. Bueno, eso se enseña ahora.
M. C.: Puede ser. Pero lo que yo veía es que en tu obra la subjetividad no se da así. Más bien al contrario. Quiero decir: no se da como una manifestación, como una verticalidad en términos románticos. Yo la veo más bien como un problema, como eso que entra al poema como problema. Eso que está ahí porque no se sabe lo que es. Porque es, como dice León Rozitchner, una suerte de “nido de víboras” en que cuando se mete la mano se corren serios riesgos. Quiero decir: riesgos que no todo el mundo está en condiciones ni tiene la voluntad ética de asumir en términos de vibración.
O. C.: Bueno, sí. Eso complica un poco las cosas, ¿no? (risas)
M. C.: Es como decir: yo no sé para dónde voy pero voy.
O. C.: Sí, sí. Esa es la idea. Meter la mano. Con un afán de decir algo también, ¿no? Y de instalar también, por qué no, un peso propio en el mundo.
F. W.: Una pregunta que a mí me parece más que nada útil. Con qué herramientas, si las hay, o de qué modo te parece que se puede y es más interesante encarar una lectura de un poema o un conjunto de poemas…
O. C.: Ah, ¡Qué preguntita!
M. C.: Bueno, no dijimos que fuera a ser fácil el “examen”. A vos ¿te resultan más interesantes unas perspectivas críticas que otras? De lo que has leído digo…
O. C.: No sé, yo he leído cosas de diferente tipo. Por ejemplo, yo leí mucho algunos ensayos sobre poesía de Edgar Bailey sobre poesía, Realidad interna… Me pareció muy interesante. Y un libro de un francés, un tal Menard, que no era el de Borges, claro. Ese me pareció muy bueno. Pero a mí lo que más interesante me parece es las apropiaciones del texto literario que se hacen desde otros lugares…
M. C.: Vos decís las incursiones o, mejor, las excursiones que se hacen desde la filosofía, la sociología, el psicoanálisis…
O. C.: Claro, eso. Eso me gusta leer. Las apreciaciones de Steiner son muy buenas. Muy inteligentes. Yo leí Después de Babel y me gustó mucho eso. También el libro sobre las Antífonas, que es muy bueno. Quiero decir: el análisis filosófico de la poesía no me parece redundante. Al contrario: me abre nuevas perspectivas para pensar el poema y la cosa de la poesía.
M. C.: Es cierto. La crítica literaria tuvo su teoría en otras dunas pero, bueno, eso se cayó cuando el versito de la autonomía multiplicó las teorías de la literatura. Yo creo que ahí se cerró un círculo. Ojo: esto lo digo yo. No sé si es así siempre pero la verdad es que a veces no sé si no prefiero, así como están, Sexo y traición en Roberto Arlt o Literatura argentina y realidad política, a los libros sobre crítica que se escriben básicamente para no agregar nada o para hacer pasar por la misma rejilla más de lo mismo.
O. C.: Igual a mí, qué sé yo, el libro de Derrida sobre Celán, por ejemplo, no me pareció mal. Me parece que él se mete en el libro, pero sí, es cierto, ahí el libro es la realidad, una realidad que el va destramando. La lectura de ese libro a mí me hizo escribir ese poema largo sobre y a Celán. Pensé que si yo tenía algo para decir de la obra de Celán, no tenía más alternativa que decirlo poéticamente. Y, bueno, salió eso. Ahí está. Es una especie de contrapunto.
F. W.: Lo que debe haber sido toda una experiencia desde el punto de vista literario y el existencial.
O. C.: Sí. Yo nunca había escrito algo así. Bueno, algunos poemas, pero no sabía como iba a salir ése poema tan largo que estaba escribiendo. Pero, bueno, algo salió.
M. C.: Escribir corriendo el riesgo.
O. C.: Sí. Eso siempre. Porque la poesía lleva al lenguaje a un punto extremos desde el cual ya no retorna igual, ¿no? Me parece a mí eso.
M. C.: Y leés actualmente alguna publicación sobre poesía, una revista…
O. C.: Sí. Leo el Diario de Poesía, que me resulta cada vez más interesante porque veo que se han abierto. O que han abierto esa mirada un poco exclusiva que tenían y se han vuelto, digamos, abiertos a otras propuestas poéticas que antes no publicaban.
M. C.: Y te parece que eso marca la pauta de decadencia de una hegemonía o…
O. C.: Me parece que sí. Me parece que se dieron cuenta, por lo menos, que se ahogaba eso que hacían, como que no había aire.
M. C.: Ya ni para ellos mismos…
O. C.: Y por eso también se ven como más abierto a darle pie a otras voces… Porque pensá que han incluido todo un número con los poemas de Bustriáz Ortiz es una cosa inédita, rarísimo. De todos modos ahí se lee en defensa de una poética definida, ¿no? Pero, bueno, se empiezan a presentar otras cosas y yo lo veo como un hecho saludable también.
M. C.: ¿Y vos qué creés que se queda afuera de eso, de ese circulo digo, y que vos creés que vale la pena tener en cuenta?
O. C.: Y, bueno, ellos lo han publicado, excepcionalmente pero lo han publicado, Leónidas Escudero. El poeta salteño Walter Adet, un sonetista de primera, que yo seleccioné para el librito ese que va a salir ahora (Poesía y política, Bahía Blanca, Cuadernillos de los peces Perdidos, 2006), porque me gusta mucho. Tiene un poema que a mí me parece buenísimo y que se llama “Memorial de Jonás”. Pero, claro, es un autor más bien de la generación del ’60.
M. C.: ¿Y autores nuevos? ¿Te encontraste con alguno que te haya interesado especialmente?
O. C.: Sí. Estoy detrás de un poemario porque leí un poema que realmente me pareció que estaba muy bien. Llach. Santiago Llach. El poemita se llama “Aramburu” y es… impresionante. Me sorprendió mucho. Tengo que leer algo de Mattoni, que lo leí como crítico de poesía y quiero saber como es su poesía. Al revés que a Tamara Kamenzain que leí algunos poemas sueltos y me falta leer lo que ella escribió sobre poesía.
Y también estoy tratando de conseguir eso que recomendaste vos una vez… Bianco. Pero a la crítica…
M. C.: Lucía Bianco.
O. C.: Sí, Lucía Bianco.
M. C.: Pero ibas a decir algo de la crítica…
O. C.: Sí. Que igual yo a la crítica le doy un lugar. Porque me parece que hay que ver cómo la crítica remonta el poema. Ahí hay cosas interesantes. Ahí yo siempre veo una reescritura. Quiero decir, la uso como uso, por ejemplo, lo que me dice la filosofía, la reflexión filosófica. Ahora estoy leyendo un trabajo muy bueno de Marilena Chauí que me dice muchas cosas que también me sirven para pensar la poesía. Una mina muy inteligente. Tengo uno sobre Spinoza que me dijeron es muy bueno también pero no he tenido tiempo todavía empezarlo.
M. C.: Vos te hacés siempre un lugar para leer las producciones nacionales o te da lo mismo.
O. C.: No. Yo siempre leo, siempre estoy leyendo algo de acá.
M. C.: ¿Y en la obra? ¿Vos sentís que eso está? Lo nacional digo, un cierto sentido de la pertenencia una tradición nacional…
O. C.: Yo creo que sí. Creo que más allá o a pesar incluso de las referencias culturales. Lo veo en un modo, en una forma de encarar las propias vivencias. Me parece que a pesar de esa cosa demasiado cultural, de pronto, algo hay de la vibración propia nuestra, argentina, ¿no? Y más me parece ahora que estoy buscando esa cosa que es una suerte de engarce, de juntura entre el poema y el mundo.
M. C.: Y de la tradición nacional, con qué poetas te quedás. No digo para rendirle honores digo para discutirlos o para aprender en ellos… ¿Cuáles te interesa seguir revisando?
O. C.: Bueno, uno, si no el más grande, Juan L. Ortiz. Por ahí Lugones; digo: releerlo para ver qué pasa. Y tengo ganas de leer el libro nuevo de María Pía López para ver qué lectura hace porque ella es una lectora muy lúcida.
M. C.: a mí me da la sensación como de que ella enseña a leer cuando lee. Bueno eso me pasó con un librito que, creo, no se difundió lo suficiente y que se llama Mutantes.
O. C.: Bueno quiero leer qué dice ella de Lugones. Porque hay cosas de Lugones que yo ya sé. No necesito que me digan eso. Me gustaría saber qué se puede decir de nuevo sobre Lugones.
M. C.: Yo te hacía esa pregunta por la tradición para ver qué tipo de problemas surgen cuando uno se elige dentro de una tradición que tiene, bueno, sus papas y sus sacristanes…
O. C.: Sí, claro. La biblioteca es un problema. El solo hecho de escoger los libros que vas a leer ya te obliga a elegir descartando…
M. C.: Una política de la biblioteca… Una política de afinidades electivas ¿no? Bueno, pero si te ponemos en la encrucijada de elegir, para hacerte sufrir nomás, digamos, cuatro libros de la tradición nacional, ¿cuáles elegirías?
O. C.: Bueno, si me obligaran… Bueno, no sé, el de Juan L. Ortiz para mí es indiscutible.
M. C.: Ese no se negocia.
O. C.: No, no. Ese no. Y después, bueno, uno que me gusta mucho a mí, El verde vuelve de Castilla. Otro podría ser, porque me impactó mucho cuando lo leí, Relaciones de Juan Gelman. Eso y no tanto lo anterior, quiero decir, esos poemas en que un obrero se cae de un andamio y todo eso. Bueno, y Giannuzzi. Que es para mí como un maestro. Y bueno, Leónidas Lamborghini o el Urondo que se aleja un poco –no del todo pero sí un poco– de la peripecia política. Ahí Urondo gana mucho poéticamente y eso potencia también la impronta política del poema.
M. C.: Ese es el riesgo que se corre, ¿no? No hay recetas, ni se sabe cómo hacer para trabajar la relación entre poesía y política…
O. C.: Claro. El desafío es ese. Yo en el prólogo a la antología que armé puse algo de eso. Sobre la necesidad y la dificultad de tramar esa relación. Y se me ocurrió una imagen para el final de ese prologuito. Una imagen que me llevaba a pensar que todas esas referencias y todas esas reflexiones sobre la poesía y la política finalmente no son más que las piedras que se ponía Demóstenes para dar un mejor discurso.
ALGUNAS PALABRAS SOBRE OLIVARI A PROPOSITO DE UN POEMARIO QUE REUNE TRES OBRAS SUYAS
por Osvaldo Costiglia y Álvaro Urrutia
Nuestro autor entra en la escena literaria argentina en el momento en que Buenos Aires dejaba de ser La Gran Aldea de López iniciando su camino hacia la urbe amenazante y cosmopolita de Arlt. Había, por ese entonces, dejado atrás los 286.000 habitantes de 1880 para alcanzar los 2.200.000 de 1930. Salto dado desde el mundo rural del Buenos Aires post Caseros hacia la ciudad moldeada por el aluvión inmigratorio.
Olivari es el poeta que desde y en los márgenes de la sociedad, en los años 20, olfateó, como dijo Giannuzzi de Almafuerte, la ropa sucia en los aposentos respetables. Márgenes representados por la prostituta, los habitantes de la noche y todos esos seres vencidos que el tango visitó, incluyéndose él mismo en esa pintura: “ya no puedo más, vencido y roto / quede mi ánimo en la brutal jornada / he seguido tus huellas oh! Mi amada, / pero este viejo mal que viene ignoto / el fondo de mi mismo más remoto / me trunca y me deshace como nada” (Porque, 1924). Todo esto que nuestro poeta atisbó, por así decir, desde la vidriera, terminaría aflorando en los 30 a la vista de todos, porque en esos años cierta Argentina tocó fondo.
Olivari, sin embargo, no fue un cronista, todo lo exasperado que se quiera, sino un poeta que rastreaba detrás de las miserias que plantaba en sus textos, un más allá sombrío, que hacía que esas líneas tuvieran, y todavía tengan, una fuerza singular característica. Su voz nos habla aún: “¡Allá! ¡allá! Es tu interjección eterna / ¡más allá!, ¡más allá! Debe estar la verdadera vida / Fuma tirado en el lecho, fuma, / y silba el tango sin fin / que comenzó en la esquina del arrabal del mundo..." (¿Sabes, compañero? 1926)
Sus imágenes, a veces atropelladas, no dejan nunca de sorprender con giros impensados. La desprolijidad, que en su época pasaba por defecto, nos parece deliberada, pues fué en aumento en estos sucesivos poemarios. Paradójicamente, o no tanto, permite al lector acceder a una visión no convencional del Buenos Aires de esos años. Hay una curiosa analogía entre esa ciudad abigarrada en su crecimiento desordenado, dominada por la omnipotencia del trabajo, que dejaba tantos seres a sus márgenes, con esa impronta que Olivari se empeñó en darle a sus poemas.
Hay todo un universo de imágenes provenientes sobre todo de la poesía francesa (Baudelaire, también Villon y Verlaine) que entran sin esfuerzo en los arrabales porteños de Olivari, como si pasaran sin transición de alguna callejuela de París a un bar del Once, un cabaret de la calle Corrientes o una cantina del puerto. El acercamiento de Olivari a estos grandes maestros está en función de la singularidad poética y vital más que en su adscripción a alguna estética que la crítica literaria pueda haber hecho de ellos.
A pesar que nuestro poeta después de la edición de La amada infiel abandono las filas del grupo de Boedo para acercarse al grupo de Florida, siguió siendo fiel al pensamiento de los primeros que aseguraban que la literatura debía contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y el dolor (Olivari y Barletta). Esto nos indica la libertad con que, el autor de La musa de la mala pata, asumía su poética, ya que no veía al parecer contradicción en esto.
No falta en los poemas de Olivari el escepticismo en clave de humor y aún una veta nihilista que evidenciaría ciertas lecturas nietzcheanos trenzadas con la imprecación almafuertiana: “no creas en nada y no lo digas, / muestra tu cinismo como una lápida / que te soterré en vida... / Ppregusta la muerte de tus chistes suicidas..." (Insomnio, 1926)
Por un lado tenemos su postura cuasifilosófica, que lo hace convivir y vivir con este nihilista que ante el silbato policial “cierra el portal, pone a la moralidad un dique”(Piringundin, 1929); y por otro lado su sensibilidad poética: “Yo tengo un tristeza sin vuelta de hoja, / una tristeza fundamental, / que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento / y se ensaya en amor " (Pero la verdad es esta. 1926). Estas se fusiona, con genialidad, en su amor a esas mujeres del arrabal prostitutas o leprosas.
El protagonista de estos tres libros principalmente es la mujer pequeño-burguesa que habita en los márgenes, atadas a su torpe destino prostibulario, como bien lo ven Ana Ojera y Rocco Carbone, en el completo estudio preliminar que posee esta edición. “Cara exdactilografa, actualmente prostituta, / tu caso es un simple caso de permuta / en la bolsa social.” Los títulos de estos tres poemarios no dejan duda sobre esto: La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929). Aclara Olivari: “Ahora amo a las mujeres de ojos grises / como el acero que domina la ciudad.” Nos dicen en el estudio preliminar: “en ellas, en sus cuerpos, el poeta ve inscrita la brutalidad del “progreso” que estaba tomando por asalto a la ciudad”. Y continua más adelante “la prostituta es la única honesta, en tanto deja claro que todos somos mercancía, susceptible de ser comprados o adquiridos”, y esto lo sabe mas que nadie nuestro poeta: “Musa transparente, /hueso solamente, / cutis puramente, / yo fuí tu cliente / hay que pagar!” (Plegaria única, 1926)
Es esa sensibilidad sucia y desprolija la que en definitiva la que lo está salvando del olvido. Un puente en esa salvación es esta pequeña gran edición de tres poemarios suyos muy entrañables que hace El 8vo loco. Ya quien quiera leer a este imprescindible poeta, que es Nicolás Olivar no tendrá que pasar horas revolviendo las mesas de libros usados en las librerías, El 8vo loco nos regala a los lectores de poesía esta manuable edición de sus tres primeros poemarios. Que además cuenta no solo con un detallado estudio preliminar sino también con los prólogos a las primeras ediciones de estos libro, los comentarios que hicieron sus compañeros de Martín Fierro de sus poemas, y las correcciones que el autor fue haciéndole a estos libros. Brindemos por ellos, y por Olivari. ¡Salud!
(texto publicado en La posicion)
Olivari es el poeta que desde y en los márgenes de la sociedad, en los años 20, olfateó, como dijo Giannuzzi de Almafuerte, la ropa sucia en los aposentos respetables. Márgenes representados por la prostituta, los habitantes de la noche y todos esos seres vencidos que el tango visitó, incluyéndose él mismo en esa pintura: “ya no puedo más, vencido y roto / quede mi ánimo en la brutal jornada / he seguido tus huellas oh! Mi amada, / pero este viejo mal que viene ignoto / el fondo de mi mismo más remoto / me trunca y me deshace como nada” (Porque, 1924). Todo esto que nuestro poeta atisbó, por así decir, desde la vidriera, terminaría aflorando en los 30 a la vista de todos, porque en esos años cierta Argentina tocó fondo.
Olivari, sin embargo, no fue un cronista, todo lo exasperado que se quiera, sino un poeta que rastreaba detrás de las miserias que plantaba en sus textos, un más allá sombrío, que hacía que esas líneas tuvieran, y todavía tengan, una fuerza singular característica. Su voz nos habla aún: “¡Allá! ¡allá! Es tu interjección eterna / ¡más allá!, ¡más allá! Debe estar la verdadera vida / Fuma tirado en el lecho, fuma, / y silba el tango sin fin / que comenzó en la esquina del arrabal del mundo..." (¿Sabes, compañero? 1926)
Sus imágenes, a veces atropelladas, no dejan nunca de sorprender con giros impensados. La desprolijidad, que en su época pasaba por defecto, nos parece deliberada, pues fué en aumento en estos sucesivos poemarios. Paradójicamente, o no tanto, permite al lector acceder a una visión no convencional del Buenos Aires de esos años. Hay una curiosa analogía entre esa ciudad abigarrada en su crecimiento desordenado, dominada por la omnipotencia del trabajo, que dejaba tantos seres a sus márgenes, con esa impronta que Olivari se empeñó en darle a sus poemas.
Hay todo un universo de imágenes provenientes sobre todo de la poesía francesa (Baudelaire, también Villon y Verlaine) que entran sin esfuerzo en los arrabales porteños de Olivari, como si pasaran sin transición de alguna callejuela de París a un bar del Once, un cabaret de la calle Corrientes o una cantina del puerto. El acercamiento de Olivari a estos grandes maestros está en función de la singularidad poética y vital más que en su adscripción a alguna estética que la crítica literaria pueda haber hecho de ellos.
A pesar que nuestro poeta después de la edición de La amada infiel abandono las filas del grupo de Boedo para acercarse al grupo de Florida, siguió siendo fiel al pensamiento de los primeros que aseguraban que la literatura debía contener la nota agria de la verdad dicha sin limitaciones y el sollozo sordo de la miseria y el dolor (Olivari y Barletta). Esto nos indica la libertad con que, el autor de La musa de la mala pata, asumía su poética, ya que no veía al parecer contradicción en esto.
No falta en los poemas de Olivari el escepticismo en clave de humor y aún una veta nihilista que evidenciaría ciertas lecturas nietzcheanos trenzadas con la imprecación almafuertiana: “no creas en nada y no lo digas, / muestra tu cinismo como una lápida / que te soterré en vida... / Ppregusta la muerte de tus chistes suicidas..." (Insomnio, 1926)
Por un lado tenemos su postura cuasifilosófica, que lo hace convivir y vivir con este nihilista que ante el silbato policial “cierra el portal, pone a la moralidad un dique”(Piringundin, 1929); y por otro lado su sensibilidad poética: “Yo tengo un tristeza sin vuelta de hoja, / una tristeza fundamental, / que ensucia las paredes de lo que se llama sentimiento / y se ensaya en amor " (Pero la verdad es esta. 1926). Estas se fusiona, con genialidad, en su amor a esas mujeres del arrabal prostitutas o leprosas.
El protagonista de estos tres libros principalmente es la mujer pequeño-burguesa que habita en los márgenes, atadas a su torpe destino prostibulario, como bien lo ven Ana Ojera y Rocco Carbone, en el completo estudio preliminar que posee esta edición. “Cara exdactilografa, actualmente prostituta, / tu caso es un simple caso de permuta / en la bolsa social.” Los títulos de estos tres poemarios no dejan duda sobre esto: La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929). Aclara Olivari: “Ahora amo a las mujeres de ojos grises / como el acero que domina la ciudad.” Nos dicen en el estudio preliminar: “en ellas, en sus cuerpos, el poeta ve inscrita la brutalidad del “progreso” que estaba tomando por asalto a la ciudad”. Y continua más adelante “la prostituta es la única honesta, en tanto deja claro que todos somos mercancía, susceptible de ser comprados o adquiridos”, y esto lo sabe mas que nadie nuestro poeta: “Musa transparente, /hueso solamente, / cutis puramente, / yo fuí tu cliente / hay que pagar!” (Plegaria única, 1926)
Es esa sensibilidad sucia y desprolija la que en definitiva la que lo está salvando del olvido. Un puente en esa salvación es esta pequeña gran edición de tres poemarios suyos muy entrañables que hace El 8vo loco. Ya quien quiera leer a este imprescindible poeta, que es Nicolás Olivar no tendrá que pasar horas revolviendo las mesas de libros usados en las librerías, El 8vo loco nos regala a los lectores de poesía esta manuable edición de sus tres primeros poemarios. Que además cuenta no solo con un detallado estudio preliminar sino también con los prólogos a las primeras ediciones de estos libro, los comentarios que hicieron sus compañeros de Martín Fierro de sus poemas, y las correcciones que el autor fue haciéndole a estos libros. Brindemos por ellos, y por Olivari. ¡Salud!
(texto publicado en La posicion)
miércoles, 29 de abril de 2009
Invitación a la poesía
Por Álvaro Urrutia
CANTO OSCURO EN EL AIRE DE LA MAÑANA
He caminado absorto en la mañana límpida,
y en la calma de los pájaros cantando,
la ceniza olvidada de otros pasos y otros días,
su torpeza de saurio, si irguió con las fauces arenosas,
en aguda perduración de brea, cristalizada y lagrimal,
babeando un rocío seco, hechizado,
sobre la memoria... empozada,
allí en los sueños, donde la esperanza parece inmutable,
aún huyendo.
Un apetito de extinción otorgado
por la corona de unos labios, la sensación
aguda y dolorosa en la levedad de las despedidas
y los remordimientos, como una sangre errante,
donde mis muertos buscan una eternidad suave e intima
y hacia donde, como niños dóciles y desvelados
por un oscuro sentido, han caminado de la mano.
Sé, no obstante, que todo caminar renueva las sendas,
que siempre se es extraño, que no sabré jamas
lo que acarrea mi espalda.
Como un ladrón furtivo he llenado la bolsa
tanteando en la oscuridad
a la espera del día, que revelaría mi tesoro.
La noche se me antoja interminable,
así que esta mañana tan soleada,
tal vez sea un sueño, donde reposo y miro
ascender las llamas del silencio hacia las nubes,
con el simétrico estupor de las aguas
sofocando la trasparencias de los espejos.
B.B, 19/03/1974. El laberinto giratorio (1972/1979)- Edic. Filibustería, Madrid, 1993.
DEBO HACER ALGO TODAVIA
Debo saludar las voces que ignoré
resentir el olvido que me eligió
traducir el lenguaje de la fiesta
a la luz de su final
decirles a los cantores
que allí estaré
plantado en la neblina
apoyado en la madera
a cuenta de sus crujidos
las manos perdidas en las tareas
incomprensibles de la vejez
recogiendo los restos de la mesa
para iniciar la ceremonia de las cartas
y educar a lejanos amigos
en los relatos de la luz menguante
en los relatos de la desmemoria.
B.B., 24/04/1996. Condenaciones y Resplandores (1995/1996)- inedito.
MINIMA ELEGIA DEL TIEMPO
El tiempo, el tiempo: oh, dolor
olas de esplendor envejecido,
de risas, de esperanza,
el tiempo, el tiempo: alguien
me habla detrás de su niebla
con suave voz despreocupada.
El verano y la noche,
la maravilla del amor
en un antiguo libro,
bajo un palio de luz.
El tiempo, el tiempo, ya,
puro dolor
B.B.,12/03/1993.Umbral del resplandor (1993/1999)- Edición de autor- colb. Fondo Municipal de las Artes – Bahía Blanca, 2001.
ALGUIEN VENDRA
Llueve y es un día banal. Almuerzas
en cuclillas sobre tu corazón.
Quien abriera la puerta se ahogaría
en esta niebla lenta, cansina,
ablandada en las hojas oscuras,
de arboles presentidos.
El día se va, una fiesta antigua
preludia su fin, y callan los irrepetibles
demonios del canto.
¿Qué dirías al que abriera esa puerta?
¿Dirías que se acerque, que llueve,
que diluvia la tristeza?
¿O tal vez que se vaya, adiós simplemente,
puesto que la vieja señora nos mira
entrar ya en su reino?
B.B.,01/11/1993.Umbral del resplandor
CONSTATACION
Síntesis inasible,
detrás, el muro infranqueable,
el escándalo secreto
de los veranos perdidos,
la sombra de los árboles
de sus calles.
En ellas, la esperanza.
No es el mismo lugar,
apenas ha cambiado,
sin embargo
alguien se movió,
altero la geometría
de la felicidad,
giró su espalda,
o dijo adiós.
B.B.,08/09/1994.Umbral del resplandor
INSTRUCCIONES
PARA UNA CRITICA A UN POETA MENOR
Dí, alguna dicha alimentó su vida
pero nunca supe cuál fue.
De todas maneras, a su poesía no llegó,
con todo ese aire envejecido
del que mira desde lejos los márgenes,
recogiendo algunas flores,
dejando que su mano se moje
en la espuma del agua,
en el enigma de las distancias.
Dí, lo ví empequeñecer en su sonrisa
En clave de pena,
como si esperara en vano una estrella
en el vivac de vientos de la hoja,
o aprisionara una poética errada
bajo su almohada.
Dí, anudó migajas de la memoria,
casi rozó el misterio, tuvo miedo
y se hundió.
B.B.,10/01/1994.Umbral del resplandor.
EL VACIO
Este diente que muerde el labio
Activa una duda sobre la existencia
de una historia personal,
reconstruída con palabras
que no concuerdan,
dañadas por el tiro parabólico
del presente sobre la retaguardia
de los pasos.
Hay frases que giran
como la ronda de un sospechoso
en barrios tranquilos
sin ninguna relación con él,
salvo la furia.
Los fragmentos de un discurso,
en este costado del sur,
cuando ya es tarde para el error,
insisten en atravesar mis días:
viento en las hojas, temor y temblor.
B.B., 27/04/1996. Umbral del resplandor.
ESTO QUE DIGO
Esto que digo, es como si dijera
voy a agregar algo a la voz ausente,
voy a llamar a quien no puede escuchar.
De todas maneras, llamaré:
las estrellas parecerán más lejanas,
la noche se aquietara
bajo los párpados.
Me quedare un rato, mirándolas,
hasta que el frío
me devuelva a mi cuarto.
B.B., 01/07/1997. Umbral del resplandor.
PARA PENSAR
Para pensar el ojo que devela
lo que esta en el provisorio símbolo
del día.
Para decir, no así o de otro modo,
dos o tres líneas de belleza,
deberías caminar contra ti mismo,
quebrar tus pasos, dar una voz
en el jardín del fondo,
donde amontonas ramas secas,
hojas que ablanda la pudrición
y el invierno lamina de frío.
Será poca cosa el recupero,
casi nada, más bien:
una palabra sola, una sola,
que no disfrace, que diga,
que resista.
B.B., 07/07/1997. Umbral del resplandor.
DOMINGO
Viaje hacia atrás del cráneo,
donde las manos entrelazadas,
reponen la respiración del domingo
a esta cabeza en acecho,
moviéndose hacia la calma
de su final.
Así, de tanto en tanto
miro lo que el tiempo abandona
y no digo nada
que pueda apartarme
del roce lento y pausado de la vida.
Si tengo miedo, es que hay
paisajes donde ni siquiera puedo sentir
el paso de las sombras.
Tiento así, con los dedos, dos líneas de arena
y trazo la transversal.
No es cierto que la geometría tranquiliza.
El viento en los labios, tiembla,
y desocupa el día.
B.B., 03/09/1997. Umbral del resplandor.
PERFIL DEL PENSATIVO
En la cadena del tiempo,
el hueso es la ultima herencia
que pulió la arena.
Todavía viaja
en su hueco la fiebre
del desierto de la vida:
un vacío, la pura luz
de la mirada del ausente.
B.B. 06/07/2000. Ciudades del invierno (1999/2001)- inedito.
TESTIMONIO
Se asilan en la veta gris de la ciudad
los convidados a deshoras,
los ausentes que pueblan el vacío
están siempre en camino
y bailan los ojos de un ciego
entre aires de olvido.
Las convicciones sobre la muerte
atraviesan los sueños:
es el destino de la hoja maltratada
en la tormenta;
no es un sitio placentero,
debí saberlo cuando comenzaron
a obligarme a demostrar mi estado
ante un jurado de enfermos
rebosantes de salud.
B.B. 06/03/2001. Ciudades del invierno.
LLEGANDO AL FINAL
Las mieses del pensar
invadidas por la plaga diurna
hacen que ya no esperes
lo que dices que esperas
porque una laja brillante
debajo del fango
llevada por ríos nocturnos
llega al día nombrada
por las voces contrahechas
de la ciudad.
La mano del naufrago
se hunde en el barro
que amasan los amanuenses
de la muerte.
Te preguntas si al final
no será burlado el burlador.
Te preguntas si lo que rumias
no terminara por destruirle.
Te preguntas si
en los encuentros penúltimos
con enemigos fraternos
la lengua debería
nombrar a los verdaderos asesinos.
B.B. 05/05/2001. Ciudades del invierno.
MEDIANOCHE
La casa de enfrente se ilumina.
En esta noche de vino negro y soledad
me gustaría cantar y proponer un brindis
poniendo en la mesa tres o cuatro vasos
para dos o tres improbables
convidados por la blancura del olvido.
De todos modos el ensueño
encogido sobre la nuez del tiempo
corrobora que la sombra en la pared
coincidió alguna vez con un cuerpo.
Edades de la memoria, edades de la desmemoria
deslizándose como arena
abandonando el fruto al oleaje inmóvil
de las palabras.
B.B., 25/05/2001. Ciudades del invierno.
EN MI CALLE
Se me hablaban las manos esa noche
y las metí bajo las mangas estiradas
del sacón.
Sólo volví a sacar una sola,
para tocar el árbol de la esquina
como si fuera un hermano nocturno
e impasible.
B.B., 06/08/2002. Palabras asediadas (2001/2003)- inedito.
VIEJOS CONOCIDOS QUE DESCONOZCO
Hay especies extinguidas
que acampan en la puerta
de zaguanes de calles que visito poco.
A veces, sin querer, por allí
aparezco como en la orilla de otros días
rozando el aura ajada de una luz antigua
que baña a hombres y mujeres
que ya no sé quienes eran, que buscaban
en sus vidas que pasaron, que encontraron.
Allí están, sin embargo, pisando con fuerza
las baldosas por el frío.
Algunos silban tangos, reunidos por la brisa
y se alejan de allí cuando me voy
acompañándome hasta el final de la cuadra.
B.B., 14/08/2002. Palabras asediadas.
EN LA LENGUA, ESE PARAMO
Hablo en la boca con otra lengua
en la que mi lengua se enreda
palatal o nasal, acepto la fonética
del destino, los sonidos oscuros
como si fuera la caverna platónica,
pero sin cuerpo, sin manos.
Alguien contiguo a mí en ese
pequeño departamento
desfigura las figuras del amor
en el abandono de la saliva.
El castigo es amanecer
con la memoria reseca
y sin addenda
como corresponde a la categoría
de un ser único.
B.B., 19/08/2002. Palabras asediadas.
DESMEMORIA
A Paco Urondo
La isoca en el trigal, o algo así,
alguna plaga en las cabezas
del país trigal, moviéndolas,
las cabezas, de un lado a otro,
como si algo se moviera, como si pensaran
algo y vos buscando entre los viejos
rejuveneciéndolos en la revoluciones,
pasado de revoluciones
antes de empezar.
Tus pasos de samurai
cuando ya no hubo joda
cuando les dijiste que nunca la hubo.
Ahora, que tristeza
nos disponemos a olvidar,
justamente nosotros,
bañados de oscuridad
y luz de ausencia,
justamente ahora y con un hilo de voz
no mas ancho que el filo de un cuchillo.
B.B., 16/07/2003. Palabras asediadas.
BIOGRAFIA
La mandíbula del pánico, en un gesto
cedido al peor de los enemigos,
ese más bueno que vos
que se ha quedado tocando
con un dedo en tu memoria
la frontera sin remedio
en el rincón de una plaza
de provincia,
existe en el negativo de tu visión
pero desconoces lo que debes
a esa perdida
Huellas no faltan, como en senderos
ablandados por la lluvia.
El pentimento borrado
Descorrió cielos diáfanos
y brinda ya la oscuridad que nos pertenece.
El tiempo se ha cumplido
pero en un país demasiado cruel
para aquellas figuras y aquellas voces.
B.B., 29/01/2004. Palabras asediadas.
SAN REMO HUIDO
Estás quieto y el suelo se mueve bajo los pies
sientes crecer la hierba que se marchitó hace tiempo.
Escuchas viejas canciones prendi cuesta mano zingara
al modo mío dices, pero
¿cuál es ese modo de musicar la cabeza
con la frase de una boca muda?
Te vas de las cosas pisando
la semilla perdida del nonato,
cielo de las músicas
y mar de las distancias.
Nada en su lugar,
salvo el dolor.
B.B., 01/08/2003. Selección poética 2001/2005 – inedito.
LLAMADA AL AUSENTE
Eras el espía que se desvanece entre las sombras
saqueado ya el secreto del siglo
dejas paso al ventrílocuo
que aceza con una voz sin raíces
el vacío del tiempo
y despoja a la vida de su resplandor.
Las traslúcidas presencias de la ciudad
arañan los sueños, los apagan,
entre cortinas ajadas de escalofríos.
Suena un timbre en el fondo de los años,
interminablemente,
en un país que sobrevive.
B.B., 16/03/2001. Selección poética 2001/2005
¿Qué hace la poesía?
¿Qué hace la poesía en esta amena reunión
donde se habla de crisis o dichas y desdichas
cotidianas?
¿Qué hace el poeta, ese hombre mas o menos
menor, donde algo no esta en su lugar
para que digan bueno, él es así, pero adorna
unos momentos la charla antes de pasar
a lo que importa?
¿qué hace cuando gira su cabeza
y pareciera que mira llover a su espalda?
La primavera cuando es su tiempo
también deambula como una mariposa
por su boca, pero
¿qué va a decir por lo no dicho?
Los brillantes invitados lo escuchan
cuando quieren obsequiarse
la breve alegría que su incoherencia habilita
pero hay un tiempo, una leve frontera
que deberán reconocer
porque su mundo no debe desbordar
de su cabeza, ese alhajero
que todos parecieran conocer
como si durmieran con él,
abierto en la mesa de luz
y recibiendo la mañana.
B.B., 27/02/05. Selección poética 2001/2005.
ESTADO DE COSAS
Me refugio en la desnudez como si fuera
el buen salvaje de Rousseau que no soy:
pero hay que tener en cuenta que la filosofía
es ardua y el sudor precede a su rigor mortis.
Está la ciencia y sus amaneceres que anochecen
por lo general antes de tiempo,
con su vena matemática que solo aporta indiferencia.
A la literatura la corroe la desdicha
si pasamos al sillón al patio derruido.
Y la poesía, bueno, la poesía se escribe... ...
a veces.
B.B.,11/03/05. Selección poetica 2001/2005.
CIRCO CRIOLLO
Ese matrerismo del no ser
donde la risa no cabe,
donde reímos a pesar de todo,
porque disfrazados de lagrimas
no podemos llorar,
ni sabemos donde ir
con la mandíbula embarrada de tiempo,
bajo el repertorio falaz de la fiesta.
Disfrazado de que sin carnaval, entonces,
podríamos tenernos en pie
en la orilla sombría del país,
o envolver el nervio acalambrado
con la mueca de otras galas,
mordisqueando el césped
como un trovador que recibe el maravedí
de la señora del balcón.
Pero ya han abandonado las nutrias
sus cuevas inundadas por la crecida
y nos hemos ido con ellas a las radas
de ese embarcadero derrumbado
que nos pronosticaron.
El que entra y el que sale
nos amordaza el deseo a los riñones
de animales peludos;
dionisos retobados, orinamos los arboles
de los padrastros de la patria
con las inferencias de una lógica perdida.
La tormenta nos impide repostar en la ingle perfumada
de las colombianas, con saudades de fauno,
pero a cambio, acometemos las tareas del payaso,
sin dones de terciopelo,
envueltos en camisas de papel maché.
Nos llega el rumor de la voz de seda del marqués
que detrás de la cortina
nos pide un esfuerzo más.
Y la sombra de su augusta cabellera
se orea en el serrín de las circadas.
No hay nubes en la carpa
pero el cielo negrea las bragas del espíritu
y su frío vuelve a la boca transformado en risa.
Reímos y reímos dando la espalda a las hienas,
animando el cambalache en la vidriera.
El publico hace rato que abandono la arena
en silencio.
B.B., 23/06/05. Selección poética 2001/2005
(Texto y seleccion publicado en la revista La Posicion)
Sabidos son los muchos escollos que debe superar la poesía en estos días. Luchar, en un primer momento, con una sociedad que poco entiende de tiempos de reflexión, de los tiempos de la poesía. Entonces nos apuramos, desentendiéndonos del problema, a responsabilizar exclusivamente a los gobiernos militares, y al frívolo neoliberalismo, del estado en que se encuentra la cultura. Un segundo momento, que es una problemática a la que los poetas no pueden hallarle culpables externos, es la arbitrariedad por la que se rigen la difusión de obras en las distintas revistas de poesía, y en la entrega de premios o becas a poetas. Así vemos cómo muchos poetas menores se pasean mostrando como grandes logros premios y becas, que ganaron en algún concurso en que era jurado algún colega amigo, y a grandes poetas maltratados por la crítica o desdeñados. Así, las revistas realzan a un poeta sobre otro, por un capricho que pocas veces justifican seriamente. Entonces le hacen a un poeta una entrevista, sin dejar que hable demasiado de su obra, interrogándolo sobre la de otros, con la que el entrevistador simpatiza. Los medios de manipulación son muchos y nunca bien intencionados. Estos mercaderes alimentados por un snobismo cultural que siempre los respalda, son los verdaderos enemigos de la poesía: precoces, apurados a definir qué es poesía y qué no lo es, clausuran el acto libre de la creación.
Pero, a pesar de todo esto, la buena poesía siempre sale airosa en esta lucha. Un ejemplo actual es la obra del pampeano Bustriazo Ortiz, que a pesar de ser una voz alejada del canon, se impuso hoy en la escena poética. Fotocopias de sus escritos recorrieron la Patagonia, pasando de mano en mano y de boca en boca, obligando a que se ponga atención en su poesía. Análoga es la suerte que corre la obra de Osvaldo Costiglia, este gran poeta bahiense, del que hoy se me ha encargado hacer una selección. No llegué a su obra por haber leído sobre él en alguna revista, ni porque me hablaran de premios o menciones que haya recibido. De boca de Guillermo David me llega la primera recomendación de leerlo. Pocos días después, en la marcha del 24 de marzo de 2005, tuve la segunda recomendación de su propia boca, mientras hablábamos de Manuel Castilla. Entre el tumulto y los cantos de la multitud contra el olvido, Osvaldo nombró a Walter Adet, otro gran poeta salteño, y con suave voz, me recitó, de memoria, el poema “Los oficios”. A pesar del ruido de la marcha, su voz se dejó escuchar con excesiva claridad, y me hizo reconocer casi instintivamente la genialidad de ese poema. Sin duda esa voz suave, hermanada con el silencio, era la voz de un verdadero poeta.
Las casualidades, o las causalidades, me han dado la posibilidad de conocer la gran obra poética de Osvaldo Costiglia. Posibilidad que espero poder pagar al menos en parte con esta selección de poemas, que pretende incentivar la lectura de este poeta de Bahía, ¡perdón! EL POETA de Bahía.
He optado por exponer sus poemas cronológicamente, de modo que se pueda seguir la “evolución” y los movimientos de su pensamiento. He tratado que queden expuestos los temas que considero de mayor importancia en su poética: el tiempo y la realidad política. Ambos están ligados estrechamente. El pasado siempre vuelve, son las voces de los ausentes y son las voces del olvido y de la memoria. Nos dice: “Hablo en la boca con otra lengua /en la que mi lengua se enreda...”. El presente le hace sacar la mano de la manga del sacón “para tocar el árbol de la esquina /como si fuera un hermano nocturno /e impasible.” El futuro lo invita a poner “en la mesa tres o cuatro vasos /para dos o tres improbables /convidados por la blancura del olvido”.
En su poesía siempre está presente, lo que él llama, refiriéndose a Giannuzzi pero que podría haber dicho de sí mismo, una “vibración ética”. Vibración ética que lo hace volver al pasado, al de la larga noche de la dictadura, a dialogar con la memoria y con la culpa del olvido. Así, la poesía de Osvaldo, deviene política por propia elección. La política y la poesía se “interpenetran e implican mutuamente”, nos dice en el prólogo a su antología Poesía y Política, y completa: “La poesía debería, tal vez, encarar la política desde esa condición de búsqueda de una palabra que no aparezca en los discursos, una palabra única e irrepetible, pero que lleve luz a ese terreno arduo y transitado por multitudes.” Esta es, sin duda, la principal intención de su poética.
Todo lo que pueda seguir diciendo sobre esta obra estaría de más. Sólo me queda invitarlos disfrutar de los poemas que he seleccionado.
seleccion de poesias por álvaro urrutia
Pero, a pesar de todo esto, la buena poesía siempre sale airosa en esta lucha. Un ejemplo actual es la obra del pampeano Bustriazo Ortiz, que a pesar de ser una voz alejada del canon, se impuso hoy en la escena poética. Fotocopias de sus escritos recorrieron la Patagonia, pasando de mano en mano y de boca en boca, obligando a que se ponga atención en su poesía. Análoga es la suerte que corre la obra de Osvaldo Costiglia, este gran poeta bahiense, del que hoy se me ha encargado hacer una selección. No llegué a su obra por haber leído sobre él en alguna revista, ni porque me hablaran de premios o menciones que haya recibido. De boca de Guillermo David me llega la primera recomendación de leerlo. Pocos días después, en la marcha del 24 de marzo de 2005, tuve la segunda recomendación de su propia boca, mientras hablábamos de Manuel Castilla. Entre el tumulto y los cantos de la multitud contra el olvido, Osvaldo nombró a Walter Adet, otro gran poeta salteño, y con suave voz, me recitó, de memoria, el poema “Los oficios”. A pesar del ruido de la marcha, su voz se dejó escuchar con excesiva claridad, y me hizo reconocer casi instintivamente la genialidad de ese poema. Sin duda esa voz suave, hermanada con el silencio, era la voz de un verdadero poeta.
Las casualidades, o las causalidades, me han dado la posibilidad de conocer la gran obra poética de Osvaldo Costiglia. Posibilidad que espero poder pagar al menos en parte con esta selección de poemas, que pretende incentivar la lectura de este poeta de Bahía, ¡perdón! EL POETA de Bahía.
He optado por exponer sus poemas cronológicamente, de modo que se pueda seguir la “evolución” y los movimientos de su pensamiento. He tratado que queden expuestos los temas que considero de mayor importancia en su poética: el tiempo y la realidad política. Ambos están ligados estrechamente. El pasado siempre vuelve, son las voces de los ausentes y son las voces del olvido y de la memoria. Nos dice: “Hablo en la boca con otra lengua /en la que mi lengua se enreda...”. El presente le hace sacar la mano de la manga del sacón “para tocar el árbol de la esquina /como si fuera un hermano nocturno /e impasible.” El futuro lo invita a poner “en la mesa tres o cuatro vasos /para dos o tres improbables /convidados por la blancura del olvido”.
En su poesía siempre está presente, lo que él llama, refiriéndose a Giannuzzi pero que podría haber dicho de sí mismo, una “vibración ética”. Vibración ética que lo hace volver al pasado, al de la larga noche de la dictadura, a dialogar con la memoria y con la culpa del olvido. Así, la poesía de Osvaldo, deviene política por propia elección. La política y la poesía se “interpenetran e implican mutuamente”, nos dice en el prólogo a su antología Poesía y Política, y completa: “La poesía debería, tal vez, encarar la política desde esa condición de búsqueda de una palabra que no aparezca en los discursos, una palabra única e irrepetible, pero que lleve luz a ese terreno arduo y transitado por multitudes.” Esta es, sin duda, la principal intención de su poética.
Todo lo que pueda seguir diciendo sobre esta obra estaría de más. Sólo me queda invitarlos disfrutar de los poemas que he seleccionado.
seleccion de poesias por álvaro urrutia
CANTO OSCURO EN EL AIRE DE LA MAÑANA
“Como mi sombra contra el muro
cuando me acerco a la luz baja”.
ALTOLAGUIRRE
cuando me acerco a la luz baja”.
ALTOLAGUIRRE
He caminado absorto en la mañana límpida,
y en la calma de los pájaros cantando,
la ceniza olvidada de otros pasos y otros días,
su torpeza de saurio, si irguió con las fauces arenosas,
en aguda perduración de brea, cristalizada y lagrimal,
babeando un rocío seco, hechizado,
sobre la memoria... empozada,
allí en los sueños, donde la esperanza parece inmutable,
aún huyendo.
Un apetito de extinción otorgado
por la corona de unos labios, la sensación
aguda y dolorosa en la levedad de las despedidas
y los remordimientos, como una sangre errante,
donde mis muertos buscan una eternidad suave e intima
y hacia donde, como niños dóciles y desvelados
por un oscuro sentido, han caminado de la mano.
Sé, no obstante, que todo caminar renueva las sendas,
que siempre se es extraño, que no sabré jamas
lo que acarrea mi espalda.
Como un ladrón furtivo he llenado la bolsa
tanteando en la oscuridad
a la espera del día, que revelaría mi tesoro.
La noche se me antoja interminable,
así que esta mañana tan soleada,
tal vez sea un sueño, donde reposo y miro
ascender las llamas del silencio hacia las nubes,
con el simétrico estupor de las aguas
sofocando la trasparencias de los espejos.
B.B, 19/03/1974. El laberinto giratorio (1972/1979)- Edic. Filibustería, Madrid, 1993.
DEBO HACER ALGO TODAVIA
Debo saludar las voces que ignoré
resentir el olvido que me eligió
traducir el lenguaje de la fiesta
a la luz de su final
decirles a los cantores
que allí estaré
plantado en la neblina
apoyado en la madera
a cuenta de sus crujidos
las manos perdidas en las tareas
incomprensibles de la vejez
recogiendo los restos de la mesa
para iniciar la ceremonia de las cartas
y educar a lejanos amigos
en los relatos de la luz menguante
en los relatos de la desmemoria.
B.B., 24/04/1996. Condenaciones y Resplandores (1995/1996)- inedito.
MINIMA ELEGIA DEL TIEMPO
El tiempo, el tiempo: oh, dolor
olas de esplendor envejecido,
de risas, de esperanza,
el tiempo, el tiempo: alguien
me habla detrás de su niebla
con suave voz despreocupada.
El verano y la noche,
la maravilla del amor
en un antiguo libro,
bajo un palio de luz.
El tiempo, el tiempo, ya,
puro dolor
B.B.,12/03/1993.Umbral del resplandor (1993/1999)- Edición de autor- colb. Fondo Municipal de las Artes – Bahía Blanca, 2001.
ALGUIEN VENDRA
Llueve y es un día banal. Almuerzas
en cuclillas sobre tu corazón.
Quien abriera la puerta se ahogaría
en esta niebla lenta, cansina,
ablandada en las hojas oscuras,
de arboles presentidos.
El día se va, una fiesta antigua
preludia su fin, y callan los irrepetibles
demonios del canto.
¿Qué dirías al que abriera esa puerta?
¿Dirías que se acerque, que llueve,
que diluvia la tristeza?
¿O tal vez que se vaya, adiós simplemente,
puesto que la vieja señora nos mira
entrar ya en su reino?
B.B.,01/11/1993.Umbral del resplandor
CONSTATACION
Síntesis inasible,
detrás, el muro infranqueable,
el escándalo secreto
de los veranos perdidos,
la sombra de los árboles
de sus calles.
En ellas, la esperanza.
No es el mismo lugar,
apenas ha cambiado,
sin embargo
alguien se movió,
altero la geometría
de la felicidad,
giró su espalda,
o dijo adiós.
B.B.,08/09/1994.Umbral del resplandor
INSTRUCCIONES
PARA UNA CRITICA A UN POETA MENOR
Aguardábamos la palabra. Y no llego. No se dijo a sí misma.
JOSE ANGEL VALENTE
JOSE ANGEL VALENTE
Dí, alguna dicha alimentó su vida
pero nunca supe cuál fue.
De todas maneras, a su poesía no llegó,
con todo ese aire envejecido
del que mira desde lejos los márgenes,
recogiendo algunas flores,
dejando que su mano se moje
en la espuma del agua,
en el enigma de las distancias.
Dí, lo ví empequeñecer en su sonrisa
En clave de pena,
como si esperara en vano una estrella
en el vivac de vientos de la hoja,
o aprisionara una poética errada
bajo su almohada.
Dí, anudó migajas de la memoria,
casi rozó el misterio, tuvo miedo
y se hundió.
B.B.,10/01/1994.Umbral del resplandor.
EL VACIO
Este diente que muerde el labio
Activa una duda sobre la existencia
de una historia personal,
reconstruída con palabras
que no concuerdan,
dañadas por el tiro parabólico
del presente sobre la retaguardia
de los pasos.
Hay frases que giran
como la ronda de un sospechoso
en barrios tranquilos
sin ninguna relación con él,
salvo la furia.
Los fragmentos de un discurso,
en este costado del sur,
cuando ya es tarde para el error,
insisten en atravesar mis días:
viento en las hojas, temor y temblor.
B.B., 27/04/1996. Umbral del resplandor.
ESTO QUE DIGO
Esto que digo, es como si dijera
voy a agregar algo a la voz ausente,
voy a llamar a quien no puede escuchar.
De todas maneras, llamaré:
las estrellas parecerán más lejanas,
la noche se aquietara
bajo los párpados.
Me quedare un rato, mirándolas,
hasta que el frío
me devuelva a mi cuarto.
B.B., 01/07/1997. Umbral del resplandor.
PARA PENSAR
Para pensar el ojo que devela
lo que esta en el provisorio símbolo
del día.
Para decir, no así o de otro modo,
dos o tres líneas de belleza,
deberías caminar contra ti mismo,
quebrar tus pasos, dar una voz
en el jardín del fondo,
donde amontonas ramas secas,
hojas que ablanda la pudrición
y el invierno lamina de frío.
Será poca cosa el recupero,
casi nada, más bien:
una palabra sola, una sola,
que no disfrace, que diga,
que resista.
B.B., 07/07/1997. Umbral del resplandor.
DOMINGO
Viaje hacia atrás del cráneo,
donde las manos entrelazadas,
reponen la respiración del domingo
a esta cabeza en acecho,
moviéndose hacia la calma
de su final.
Así, de tanto en tanto
miro lo que el tiempo abandona
y no digo nada
que pueda apartarme
del roce lento y pausado de la vida.
Si tengo miedo, es que hay
paisajes donde ni siquiera puedo sentir
el paso de las sombras.
Tiento así, con los dedos, dos líneas de arena
y trazo la transversal.
No es cierto que la geometría tranquiliza.
El viento en los labios, tiembla,
y desocupa el día.
B.B., 03/09/1997. Umbral del resplandor.
PERFIL DEL PENSATIVO
En la cadena del tiempo,
el hueso es la ultima herencia
que pulió la arena.
Todavía viaja
en su hueco la fiebre
del desierto de la vida:
un vacío, la pura luz
de la mirada del ausente.
B.B. 06/07/2000. Ciudades del invierno (1999/2001)- inedito.
TESTIMONIO
Se asilan en la veta gris de la ciudad
los convidados a deshoras,
los ausentes que pueblan el vacío
están siempre en camino
y bailan los ojos de un ciego
entre aires de olvido.
Las convicciones sobre la muerte
atraviesan los sueños:
es el destino de la hoja maltratada
en la tormenta;
no es un sitio placentero,
debí saberlo cuando comenzaron
a obligarme a demostrar mi estado
ante un jurado de enfermos
rebosantes de salud.
B.B. 06/03/2001. Ciudades del invierno.
LLEGANDO AL FINAL
Las mieses del pensar
invadidas por la plaga diurna
hacen que ya no esperes
lo que dices que esperas
porque una laja brillante
debajo del fango
llevada por ríos nocturnos
llega al día nombrada
por las voces contrahechas
de la ciudad.
La mano del naufrago
se hunde en el barro
que amasan los amanuenses
de la muerte.
Te preguntas si al final
no será burlado el burlador.
Te preguntas si lo que rumias
no terminara por destruirle.
Te preguntas si
en los encuentros penúltimos
con enemigos fraternos
la lengua debería
nombrar a los verdaderos asesinos.
B.B. 05/05/2001. Ciudades del invierno.
MEDIANOCHE
La casa de enfrente se ilumina.
En esta noche de vino negro y soledad
me gustaría cantar y proponer un brindis
poniendo en la mesa tres o cuatro vasos
para dos o tres improbables
convidados por la blancura del olvido.
De todos modos el ensueño
encogido sobre la nuez del tiempo
corrobora que la sombra en la pared
coincidió alguna vez con un cuerpo.
Edades de la memoria, edades de la desmemoria
deslizándose como arena
abandonando el fruto al oleaje inmóvil
de las palabras.
B.B., 25/05/2001. Ciudades del invierno.
EN MI CALLE
Se me hablaban las manos esa noche
y las metí bajo las mangas estiradas
del sacón.
Sólo volví a sacar una sola,
para tocar el árbol de la esquina
como si fuera un hermano nocturno
e impasible.
B.B., 06/08/2002. Palabras asediadas (2001/2003)- inedito.
VIEJOS CONOCIDOS QUE DESCONOZCO
Hay especies extinguidas
que acampan en la puerta
de zaguanes de calles que visito poco.
A veces, sin querer, por allí
aparezco como en la orilla de otros días
rozando el aura ajada de una luz antigua
que baña a hombres y mujeres
que ya no sé quienes eran, que buscaban
en sus vidas que pasaron, que encontraron.
Allí están, sin embargo, pisando con fuerza
las baldosas por el frío.
Algunos silban tangos, reunidos por la brisa
y se alejan de allí cuando me voy
acompañándome hasta el final de la cuadra.
B.B., 14/08/2002. Palabras asediadas.
EN LA LENGUA, ESE PARAMO
Hablo en la boca con otra lengua
en la que mi lengua se enreda
palatal o nasal, acepto la fonética
del destino, los sonidos oscuros
como si fuera la caverna platónica,
pero sin cuerpo, sin manos.
Alguien contiguo a mí en ese
pequeño departamento
desfigura las figuras del amor
en el abandono de la saliva.
El castigo es amanecer
con la memoria reseca
y sin addenda
como corresponde a la categoría
de un ser único.
B.B., 19/08/2002. Palabras asediadas.
DESMEMORIA
A Paco Urondo
La isoca en el trigal, o algo así,
alguna plaga en las cabezas
del país trigal, moviéndolas,
las cabezas, de un lado a otro,
como si algo se moviera, como si pensaran
algo y vos buscando entre los viejos
rejuveneciéndolos en la revoluciones,
pasado de revoluciones
antes de empezar.
Tus pasos de samurai
cuando ya no hubo joda
cuando les dijiste que nunca la hubo.
Ahora, que tristeza
nos disponemos a olvidar,
justamente nosotros,
bañados de oscuridad
y luz de ausencia,
justamente ahora y con un hilo de voz
no mas ancho que el filo de un cuchillo.
B.B., 16/07/2003. Palabras asediadas.
BIOGRAFIA
La mandíbula del pánico, en un gesto
cedido al peor de los enemigos,
ese más bueno que vos
que se ha quedado tocando
con un dedo en tu memoria
la frontera sin remedio
en el rincón de una plaza
de provincia,
existe en el negativo de tu visión
pero desconoces lo que debes
a esa perdida
Huellas no faltan, como en senderos
ablandados por la lluvia.
El pentimento borrado
Descorrió cielos diáfanos
y brinda ya la oscuridad que nos pertenece.
El tiempo se ha cumplido
pero en un país demasiado cruel
para aquellas figuras y aquellas voces.
B.B., 29/01/2004. Palabras asediadas.
SAN REMO HUIDO
Estás quieto y el suelo se mueve bajo los pies
sientes crecer la hierba que se marchitó hace tiempo.
Escuchas viejas canciones prendi cuesta mano zingara
al modo mío dices, pero
¿cuál es ese modo de musicar la cabeza
con la frase de una boca muda?
Te vas de las cosas pisando
la semilla perdida del nonato,
cielo de las músicas
y mar de las distancias.
Nada en su lugar,
salvo el dolor.
B.B., 01/08/2003. Selección poética 2001/2005 – inedito.
LLAMADA AL AUSENTE
Eras el espía que se desvanece entre las sombras
saqueado ya el secreto del siglo
dejas paso al ventrílocuo
que aceza con una voz sin raíces
el vacío del tiempo
y despoja a la vida de su resplandor.
Las traslúcidas presencias de la ciudad
arañan los sueños, los apagan,
entre cortinas ajadas de escalofríos.
Suena un timbre en el fondo de los años,
interminablemente,
en un país que sobrevive.
B.B., 16/03/2001. Selección poética 2001/2005
¿Qué hace la poesía?
¿Qué hace la poesía en esta amena reunión
donde se habla de crisis o dichas y desdichas
cotidianas?
¿Qué hace el poeta, ese hombre mas o menos
menor, donde algo no esta en su lugar
para que digan bueno, él es así, pero adorna
unos momentos la charla antes de pasar
a lo que importa?
¿qué hace cuando gira su cabeza
y pareciera que mira llover a su espalda?
La primavera cuando es su tiempo
también deambula como una mariposa
por su boca, pero
¿qué va a decir por lo no dicho?
Los brillantes invitados lo escuchan
cuando quieren obsequiarse
la breve alegría que su incoherencia habilita
pero hay un tiempo, una leve frontera
que deberán reconocer
porque su mundo no debe desbordar
de su cabeza, ese alhajero
que todos parecieran conocer
como si durmieran con él,
abierto en la mesa de luz
y recibiendo la mañana.
B.B., 27/02/05. Selección poética 2001/2005.
ESTADO DE COSAS
Me refugio en la desnudez como si fuera
el buen salvaje de Rousseau que no soy:
pero hay que tener en cuenta que la filosofía
es ardua y el sudor precede a su rigor mortis.
Está la ciencia y sus amaneceres que anochecen
por lo general antes de tiempo,
con su vena matemática que solo aporta indiferencia.
A la literatura la corroe la desdicha
si pasamos al sillón al patio derruido.
Y la poesía, bueno, la poesía se escribe... ...
a veces.
B.B.,11/03/05. Selección poetica 2001/2005.
CIRCO CRIOLLO
Ese matrerismo del no ser
donde la risa no cabe,
donde reímos a pesar de todo,
porque disfrazados de lagrimas
no podemos llorar,
ni sabemos donde ir
con la mandíbula embarrada de tiempo,
bajo el repertorio falaz de la fiesta.
Disfrazado de que sin carnaval, entonces,
podríamos tenernos en pie
en la orilla sombría del país,
o envolver el nervio acalambrado
con la mueca de otras galas,
mordisqueando el césped
como un trovador que recibe el maravedí
de la señora del balcón.
Pero ya han abandonado las nutrias
sus cuevas inundadas por la crecida
y nos hemos ido con ellas a las radas
de ese embarcadero derrumbado
que nos pronosticaron.
El que entra y el que sale
nos amordaza el deseo a los riñones
de animales peludos;
dionisos retobados, orinamos los arboles
de los padrastros de la patria
con las inferencias de una lógica perdida.
La tormenta nos impide repostar en la ingle perfumada
de las colombianas, con saudades de fauno,
pero a cambio, acometemos las tareas del payaso,
sin dones de terciopelo,
envueltos en camisas de papel maché.
Nos llega el rumor de la voz de seda del marqués
que detrás de la cortina
nos pide un esfuerzo más.
Y la sombra de su augusta cabellera
se orea en el serrín de las circadas.
No hay nubes en la carpa
pero el cielo negrea las bragas del espíritu
y su frío vuelve a la boca transformado en risa.
Reímos y reímos dando la espalda a las hienas,
animando el cambalache en la vidriera.
El publico hace rato que abandono la arena
en silencio.
B.B., 23/06/05. Selección poética 2001/2005
(Texto y seleccion publicado en la revista La Posicion)
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